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La comedia de la carne, Carlos Pardo

Nunca he hablado con Carlos Pardo. Imagino su inteligencia, su agudeza, su facilidad para hacer conexiones sorprendentes entre lo más diverso y esa afilada ironía que subyuga porque al mismo tiempo es una ternura casi terrible. Su sentido crítico, esclarecedor pero sin academicismo, procede o desemboca en un sentido de la vulnerabilidad entre elegante y travieso. Imagino que por eso resulta, desde tantos ángulos (poeta, crítico, novelista, pinchadiscos, ser humano), especial, o sea: querible. La primera vez que leía estos poemas sentí que era algo ilusionante, a pesar de (o gracias) a su desencanto, por poder acceder –primero como polizón y luego ya casi nativo– en su discurso tan fresco y desacomplejado. Y me iba identificando pero sobre todo me iba acostumbrando a esa voz que, sin haberla escuchado nunca (creo), se me hacía familiar y casi necesaria de un modo digamos madurativo. Del Diario de un poeta recién casado a las Cartas de cumpleaños (Hughes) y a La belleza del marido , Ca...

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