GreatOh!
Cuando la
poesía se aleja de los cauces mediáticos establecidos y vuelve al origen, al
mito, al ritual, al cuarto de estar, uno se replantea muchas cosas sobre
escaparates, librerías, subvenciones, ayuntamientos, suplementos, premios, etc.
El origen, perdónenme la pedantería, fue aquel sábado 28 de abril la sala de un
piso con vistas a la calle Recogidas donde veinte o treinta almas encontradas
asistimos a ese hecho insólito de darle un cuerpo a cada alma. Y todo, suponiendo
que tal cosa exista, mediante la palabra poética.
Cuatro poetas
malagueños hacen 136 km de Málaga a Granada para leer en el salón de un cuarto piso.
Convocados al segundo evento organizado por Great Oh!, Sergio Franco,
Isabel Bono, Francisco Javier Casado y María Eloy-García, se sentaron frente a
una mesa con agua y cerveza, los asistentes se distribuyeron por sillas y sofás,
y, tras un inicio de rara expectación, lograron crear una atmósfera amiga para
olvidarse de la letra impresa -esa tirana del ISBN y coto cerrado de las
editoriales de poesía- y para redescubrir la honestidad de una persona que
cuenta algo sobre sí misma. Y punto.
Entre la
seriedad y la gracia de Sergio Franco,
me quedo con lo segundo. Lo mejor: su mirada irónica hacia la vida que creemos
vivir y que realmente nos vive a nosotros. Unos poemas breves, con variado elemento
cómico-sentimental, como esbozos de humorada casi siempre bien resuelta. Su
original dramatización multiplica exponencialmente el efecto de una poesía
pretendidamente intrascendente. Genial para abrir boca.
Isabel Bono funcionó de suave
contrapunto. Una voz poética estupenda que nos adentró en el territorio íntimo
de una frágil sensibilidad puesta al descubierto. Su tono, marcado por la
escisión de la propia identidad, se pone de puntillas sobre un discurso emotivo
cuyas vértebras hay que buscarlas en el lamento de amor más profundo y, por
ello, más auténtico. Pudimos escuchar de la autora un único poema largo que
hilvanó la anécdota cotidiana con la honda reflexión ante el leitmotiv del
desarraigo vital.
Me atrevería a
decir que Francisco Javier Casado
fue el gran descubrimiento de la velada. De aspecto más bien tímido y
reservado, siempre a un lado observando y callando, había pasado casi
inadvertido hasta que llegó su turno y se obró la transformación. Francisco
Javier Casado es todo un género en sí mismo. Género del exceso, autoparodia de
un dramatismo que escupe versos y saliva malditismo a la centésima potencia.
Sus poemas nacen desde un histrionismo cruel y suicida. En cierto momento de la
noche me pareció lo más grande que había visto nunca: un Baudelaire s. XXI anunciando
por televisión el fin del mundo. Demencia sutil de un profesor desdoblado en
pura y desbordante materia prima para la poesía entendida como cóctel molotov.
Por último, María Eloy-García cerró el acto con su
poesía ocurrente e incisiva. María Eloy-García suele dar en el clavo como lo
hacen los grandes porque tiene el temblor y la grieta. Eso no se puede enseñar
ni se puede aprender conscientemente, se tiene o no se tiene. Irreverente,
desgarbada, descarada, su poesía fue el corolario ideal para esta reunión de
chicos malos que en el fondo no lo son tanto. Todos enarbolan el yo romántico
actualizado desde Málaga, en nuestro 2012 de gracia, con la nueva rebeldía del
discurso irónico, blasfemo, descreído e iconoclasta. Cuatro muestras del
originalísimo torrente lírico que fluye por debajo de la tierra y que no
siempre se ve en las librerías. Debiéramos rescatar o importar esa costumbre
argentina de organizar representaciones teatrales caseras, como esas reuniones
de tupper en casa de vecinas.
Debiéramos leer más y mejor poesía, es decir, debiéramos nacer Atapuerca –en verso de María Eloy-García- una y otra vez para
desaprender la historia de nuestra cultura y volvernos decididamente incultos, ávidos
de empezar siempre de nuevo.
Publicado en Granadaescool
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