'Retrato con paisaje', con Luis Calvo Vidal

Recuerdo el primer encuentro con el poeta. Su presencia de altiplano, cárcavas que con el tiempo se han vuelto emocionales, como la hoja trémula en el árbol hondo que es la patria. Repatriado, siempre dentro y fuera de su nido, este pájaro tremendo y lírico recorría un angosto pasillo por donde resonaba el manantial de su voz, con el tiempo canto. 
Hay una poesía que no necesita poética porque la encarna. Teorías que, aligeradas, mudas, de tan obvias y de tan misteriosas, se saben innecesarias: como dos ojos encendidos en la niebla, esa otra espesura dentro de la espesura tras de la cual, al abrigo de tantas capas y tanto otoños, hiberna la poesía.
El poeta es lo frágil. La poesía sucumbe cada día y en esto se cifra su perdurabilidad. Es el mismo caminar del hombre por la tierra. Su constancia y su desfallecer. «Cómo puede ser compatible estas ganas de vivir con este miedo a la vida», me dijo otro poeta.
Hay una desnudez buena, no del striptease ni de la moda, sino de la honestidad y la coherencia. Y una forma de alejarse que parece, sólo parece, un mal truco: cuanto más lejos, más cerca. Así rezaba la máxima juanramoniana: naturaleza, amor y libro. Tres caras de la moneda que el poeta ofrece al mundo transmutada en mirada, oblicua y germinal, desde arriba, bajo el cielo, reformado ya el mundo para siempre y para nunca, para todos y para nadie, pues solo lo que se aleja permanece. Grácil, la poesía adelgaza y se vuelve una bella intuición.


RETRATO CON PAISAJE

Boina ligeramente inclinada. Brazos
que abrazan al viento.
Un hombre se aísla del mundo.
En lo íntimo del sueño habla la lengua
de los pájaros.
Se ve su pensamiento.
Hace un guiño al árbol.
Arriba,
bajo el cielo,
el gavilán mantiene la línea del horizonte.





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