Antonio Orejudo, Junot Díaz y la bilis


Ha surgido estos días de confinamiento una literatura apresurada y a la carta, facsímiles de circunstancia, con el cometido social quizás de aliviarnos tensiones gracias a una poderosa arma: el humor por bandera. Antonio Orejudo ha iniciado en El País una serie de estampas domésticas en el seno de una familia conjurada en esta nueva situación de estar juntos y enlatados como sardinas, al menos tres generaciones de clase media bajo el mismo techo, sin esos jardines interminables para esparcirse y, de paso, enseñorearse por las redes. La incertidumbre se filtra de fondo entre esas escaramuzas de salón por las que transita todo hogar español, mejor o peor avenido. Leyéndolo, esbocé alguna sonrisilla no muy convincente, lo reconozco, o al menos no muy duradera, y recordé aquel best-seller de Orejudo, Ventajas de viajar en tren, que me dejó la misma sonrisilla sin atributos. Releo estos días a Junot Díaz, su genial Así es como la pierdes, y me doy cuenta de que contiene, rebosa, toda la bilis que echo en falta en nuestro Orejudo. El domo, la jerga de los dominicanos en EEUU, o do yo, en la gran urbe neoyorquina, aporta una vivacidad que conecta a las mil maravillas con el cinismo cáustico de Yunior, desbocado y atribulado protagonista de las historias que componen esta obra y alter ego del autor, también dominicano residente en EEUU (y salpicado en su día por el MeToo). En itinerario inverso, después de leer este libro leí La maravillosa vida breve de Óscar Wao (premio Pulitzer en 2008) y Los boys. Siento poner a Orejudo en esta tesitura, podría poner a cualquier otro, a mí mismo. El caso es que la lectura de Junot Díaz, refrescante, estimulante y altamente adictiva, da en la tecla tantas veces seguidas y con recursos aparentemente tan simples que uno cae en el engaño de pensar que es fácil escribir así. Y no. Ese es su mérito. Hacer alta literatura con poco, o hacernos creer que hay poco. Que parezca hecha sin esfuerzo, como dicen que hacen los grandes deportistas, aquellos furiosamente dotados para acometer absolutas barbaridades como si bailaran ballet en el salón de casa.

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