'Sum qualis eram', Mario Míguez


El mejor oráculo, quizás el único posible, es uno mismo. Amarse uno mismo mal, con su reproche, casi de madre, verbalizado en esa aliteración inicial que es un amontonar emes: suave cacofonía de mimosas. Y luego aprender que la tabula rasa comienza por una epojé de lo afectivo en la que el todo no es un sumatorio de las partes. El excedente siempre es el yo. Lo genuino es lo sobrante, lo que regalamos como un don o un desperdicio. Y eso es también el centro: una periferia. Y Dios un mendigo. Y la poesía una sala de espera para darse abrazos desde dentro en la certeza de que no hay más curación que un camino de regreso.


(Sum qualis eram)

Qué mal me amaba yo cuando era joven
pues no sabía aún ser el que yo era.
Cuánto he tardado en aprender a amarme,
en aprender a ser el que fui siempre.
Soy por fin el que ya era, el verdadero,
el que estaba ya en mí desde el principio,
y puedo amaros ahora como me amo
ofreciendo este amor que en mí sentía.
Y todos decís no reconocerme...
No... Es que nunca me habíais conocido.


Mario Míguez

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