Criaturas del momento, Rafael Espejo (II)


Leer, a veces, es un ejercicio de desmadejarse. De abrir cuerpos y explorarlos. Aunque sea el propio cuerpo por un pasadizo prestado. Adentrarse en un templo que tiene sus leyes, sus íntimos mecanismos.

Me gusta este juego de la acción y el contrapunto. Este baile del pasito adelante y luego atrás. Podar el naranjo pese a no saber. El padre más docto y paciente pero acuciado por un límite de orden natural. La evidencia de unos ramajes contra la evocación personalísima que los visten. El esqueleto del poema hay que ir adornándolo y es en ese atavío sentimental donde nos damos la mano, donde estamos presentes y nos habitamos.

Compré este libro un día pensando, ingenuamente: “quiero ilusionarme”. Yo también arruiné un naranjo, a pesar de la ayuda docta y paciente de un padre. La ilusión es mercancía y bien está cambiarla por esta mirada infantil de cría medrosa. De niño que presiente, que anticipa los rigores de la existencia y que, al recordarse ya adulto, habita tantos tiempos que es una cosa eterna y efímera a la vez. Y eso da para ilusionarse.


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CUÁNTO ME GUSTARÍA


Ver cómo esponja un pan

en el horno con ella.


Que lo mire

y me mire.


Si suspirase, el pan

sería relevante.


Y quizá yo pondría

en su boca mi boca,


le insuflaría aliento

a estómago vacío.


Que me sacase el hambre

de hogaza sin comer.

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