Cómo lavar un corazón, Bhanu Kapil



Por su carácter performativo, por la importancia de lo político y lo social, Cómo lavar un corazón, más que hacia el libro de poesía al uso, se deja caer hacia el artefacto. No oculta lo que tiene de artificio y de orquestación, de representación o performance, ni el hecho de que pone a este propósito la poesía y no al revés: a la refutación de todo el sistema de creencias, costumbres e identidades culturales de una civilización que camufla las taras (clasismo, racismo, hipersexualización) bajo el autocomplaciente rótulo del paternalismo y el buenismo que desde hace tiempo invade buena parte de nuestros debates ideológicos, si no todos. Ese cinismo institucionalizado ante el que hemos de posicionarnos para mayor gloria del propio sistema que finge desmembrarse mientras, sometiéndonos, se perpetúa.

La memoria familiar es dulcificada como un pequeño edén asociado al elemento primitivo y tosco, natural y bondadoso de la comunidad, mientras que el individuo se apropia de lo social y le aplica su fractura íntima: el horror, el crimen, el exilio; una escisión que resulta fértil pues constituye un pilar ineludible de la historia del ser humano. La gestión del sufrimiento, en términos poéticos, es de un aprovechamiento óptimo: la rabia es fértil, la ira crea lenguaje, la necesidad de reparación es consustancialmente humana, es un lodo justo.

Todo el libro respira esta tensión: desde la contradicción mayor que supone aquello de ‘homo homini lupus’ hasta las contradicciones íntimas que operan dentro de la subjetividad —universo en miniatura sometido a similares leyes—. Esa colisión de fuerzas opuestas es lo que construye estos poemas-vómito donde lo confesional y lo poético hacen un extraño pero eficaz maridaje con lo social y lo íntimo.

Puede verse estos polos por oposición como crítica al cinismo de la supuesta civilización y una defensa de ese estado natural más tosco y primitivo pero también más honesto y bondadoso, la oposición verdad mentira, bondad mezquindad, naturaleza artificio, individuo comunidad, esa atención es lo que se expresa con un lenguaje rabioso y evocador herido y también a su modo esperanzado.

La superposición de voces y tonos —el furibundo, el suplicante, el nostálgico, el humillado, el agradecido—, los finales anticlimáticos que añaden una capa de frivolidad, un instinto lesivo que casi se convierte en tono, en atributo lingüístico y un discurso atropellado e inconexo del monólogo interno en su versión más libre, es decir, irracional pero no alucinado, como diría Sabina Urraca: la cabaña se sostiene.

Bajo presión el amor se corrompe, se contamina, muta en desesperación, en necesidad o impulso, se vuelve arisco, arenoso, barro reactivo, algo tentacular que sin embargo contiene la semilla de un fulgor. El instinto, el ajuste de cuentas agresivo, es en realidad una vulnerabilidad incontenible que inesperadamente se convierte en fortaleza. La poesía cumple así con lo humano. Está a su servicio para perfeccionar la caída y el vuelo.






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