Inclinación al envés, Julio César Galán
Inclinación
al envés
Julio César Galán
Pre-textos, 2014
Colección El pájaro solitario
Prólogo de Juan
Andrés García Román
Dice el DRAE que el envés es la parte opuesta al haz de una tela o de otras
cosas. Por tanto, una inclinación al envés de algo podría entenderse como un
afecto o propensión hacia aquello que no se deja ver fácilmente, aquello cuya
naturaleza está en no ser visto. Encontrar el camino que dé acceso a esta
penumbra va a ser la misión de la escritura. La penumbra se hace fuera y
también dentro del sujeto que escribe aquello que es él mismo. Así, es objeto y
es lector, su propio lector: un haz luminoso que acompaña, dejando hacer, al discurrir
del poema. La existencia se hace poema y el sujeto su compañero.
Julio César Galán, ese poeta
raro en palabras de Juan Andrés García Román –digno de mención es su
portentoso prólogo, una ingeniosa y laberíntica ficción de tintes épicos–, construye,
trabaja y pule el poema con tal cuidado que parece estar haciendo lo propio
consigo mismo y con su cerco, la existencia
y sus límites. Tiene algo –o mucho– de experiencia lúdica, ficticia, literaria
este juego en verso que rescata la idea del poema en marcha, palimpsesto con
correcciones (entre otros, de Ángel Cerviño), notas a los poemas, referencias
bibliográficas, pasajes dudosos y lecturas conjeturadas. El juego, como
sabemos, es el trabajo del niño y el niño, desde su atalaya, como dijo
Eisenstein de Chaplin, sabe mirar el mundo primigeniamente. Creo que aquí hay
que buscar uno de los anillos de este libro: la puesta en abismo del pasatiempo
de vivir, una ficción dentro de otra ficción formando el tronco de una existencia
a la que se aplica una mirada de asombro original y primario. El poeta está a
la espera, escucha, mira, canta.
Qué
gozo no sentirse mentido
ni engañado
cuando sabes
que
todo es mentira y engaño,
cuando
la dicha se reduce
tan
sólo al intercambio
de
unas cuantas palabras consigo mismo.
Nace el pájaro –alma en
hojas– y la escritura-pájaro como disfraz ligero de algo muy pesado, para quitar peso conceptual.
Su levedad y su lirismo edulcoran la amargura de unas interrogaciones que
parecen sogas: ¿buscas el fuego?, ¿qué encuentras cuando llegas?, ¿morirás
volando?, ¿volar es morir? El poema es el espacio para con-jugar: la
interrogación, la búsqueda, la carencia. Y el pájaro sonando. Estar en el mundo
deja pocas opciones, así que hay que volver al origen, a la niñez, al canto. La
razón es simple: en el canto sólo existe el canto. El sujeto queda al margen, se
diluye en otros, huye de sí, y ahí, fuera de sí, es donde finalmente se encuentra.
Pero hay más: el pájaro, ocioso, canta dando forma al vacío,
elabora el mundo, re-creándolo hacia un encuentro. Salimos de la niñez
huérfanos y volvemos a ella porque queremos salir del desierto en que nos hemos convertido. El
pájaro disfraza un desamparo de dimensiones bíblicas. El sujeto queda
escindido: padezco de una otredad
incurable. Ese es el estado carencial, la convalecencia tras esa irreprimible inclinación al envés, que
se resuelve de manera gozosa en un canto celebratorio, presencial y
transformador. El canto que nace de la necesidad de crear es una máquina imparable
de re-creación lírica: coge un trozo de existencia y la vuelve poema.
La escritura para Julio César Galán es este hecho primario de decir, una experiencia transformadora,
genésica, mediante la cual se apropia del mundo y de sí mismo para, por fin, con
ese fondo de pájaro que hay en nosotros, como si fuera a comenzar todo de
nuevo, sin saber por qué ni para qué, hacerlo una y otra vez: regresar y
regresar y regresar.
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