Carta a un enamorado (glosa a Martin Buber)

CARTA A UN ENAMORADO
(glosa a Martin Buber en Yo y tú)
 
Lo sé. Echas de menos. Te falta. Aún puedes casi tocarla. El lazo natural que te mantenía unido al mundo. En ella conocías el mundo y, al separarte de ella, de pronto, lo has olvidado. Como los que han vuelto a nacer tras el nuevo abandono, tras la segunda gran ruptura. Ella fue, ha sido, tu lazo natural y ahora, mírate, ahora buscas reemplazarla a ella y, con ella, reemplazar el lazo. Ahora anhelas el lazo espiritual y, por mucho que mires hacia dentro, está en la otra dirección. O quizás dentro y fuera tienen y son la misma dirección. Quizás ni siquiera son una dirección sino una forma de estar y de ser. La única forma. Ese lazo espiritual con el mundo, ese que sustituirá y completará aquel viejo lazo natural, ya deshecho, roto, perdido, únicamente lo hallarás en tu relación con el otro. Lo sé. Solo volverás a ser un Yo a través de un Tú. Es como otro nacimiento. ¿Te acuerdas? Cuando de todo querías hacer un Tú. Cuando tocabas todos los objetos con infinita curiosidad. Cuando escuchabas cualquier sonido como si se te estuviera revelando algo que solo entonces empezabas a recordar. Sí. A recordar. Porque amar, ya lo sabes, lo dijo Platón, amar es recordar. Vivir es ver volver, lo dijo Azorín. Volver a pasar por el corazón. Y qué decir de cuando mirabas algo con tus dos ojos asombrados y sedientos de todo lo que tenías en frente. Todo aquel mundo que se te abría y que un instinto, una disposición de acogida, una pauta para el alma, convertía en un Tú. Entonces comenzaba el diálogo. Primero un balbuceo, después sonidos articulados, hasta las palabras y la frase, esa sintaxis de la relación con el Tú que te estaba destinado y que te reintegraba, dichoso, por fin, al mundo del que te habías caído, del que te habían bajado inexplicablemente. Ahora te han dejado. Y no recuerdas aquello que aprendiste. Ignoras lo que ya sabes. Has vuelto a levantar una barrera entre tú y el mundo, que te aleja de ti mismo. Antes de nacer, ¿recuerdas?, estabas unido a todo. Eras más que tú. Sin fisuras, ingrávido, hermanado con todo lo existente por una vinculación íntima y natural. Amando, te creíste de nuevo parte del mundo. Sentías aquella sacudida infinita, aquella emoción cósmica, aquella melancolía. Eras el hombre primitivo descubriendo el paraíso, siempre entregado a la experiencia directa, en una comunión con todo que te hacía pensar que, por fin, a través de ella, a través de un Tú, era como si estuvieras cerca de Dios, si no el mismo Dios. Era como si, por fin, fueras un Yo. Alguien. Eras alguien. Nada más y nada menos. Nunca has vuelto a esa cima. ¿Ya no es mágico el mundo? ¿Ya no presientes esa magia universal en lo que te rodea? Ya lo sé. Necesitas un Tú. ¿Cómo vas a ser Yo sin un Tú? ¿Sin un otro? La necesitas a ella, algo que te recuerde a ella. Amar es recordar. Vivir es ver volver. Alguien como ella. Solo así podrás fluir de nuevo. Solo así experimentarás la corriente del agua otra vez. Solo así serás de nuevo alguien. Pero también sabes que confundes sentimientos con amor. Escucha. Mira. Los sentimientos se tienen. El amor se produce. Se habita. El amor es una acción cósmica liberadora. Es la responsabilidad recíproca de un Yo por un Tú. El más puro igualitarismo. Cuando amas de verdad, todo es un Tú. En todo se manifiesta ella, el Tú, el lazo espiritual que nunca se había roto. Ahí está. Ahí están. Atado y liberado. ¿Entiendes? Todo a la vez. Todo sucede al mismo tiempo. Todo está sucediendo una y otra vez. Ahora. Todos, buenos y malvados, sabios y necios, bellos y feos, todos y cada uno de ellos se tornan reales a tus ojos, a los de ella, se tornan un Tú, se tornan Ella. Todos eran ella, ¿lo entiendes? Seres liberados y únicos como tú. Los miras cara a cara. Ves su rostro en cada uno. Esta presencia exclusiva no puede residir en un sentimiento. Ahora puedes ayudar, curar, educar, elevar, liberar. Ya puedes amar. Ya estás amando.
 

 

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