El Sunset Limited, Cormac McCarthy

Durante mi adolescencia, puede que antes y seguramente desde entonces hasta hoy mismo, me sentía desde todos los frentes forzado a tomar una decisión acerca de algo resbaladizo e inaprensible: la fe. ¿Tenía fe? ¿Debería tenerla? ¿Cuál sería mi respuesta si alguien me lo preguntara? Y las iglesias, en mi caso una antigua construcción junto a la carretera con nombre de San Miguel Arcángel, estaban revestidas de un difuso halo de solemnidad y quietud en el que justifiqué esa abstracción llamada fe. Supongo que con el tiempo fui postergando esa difícil decisión a la que, sin embargo, me sentía atado como a una incapacidad propia: la de no poder escuchar eso que se supone yo debía oír antes, durante o después de las misas. Incluso me recuerdo rezando por las noches, tal y como nos enseñó algún catequista, pidiendo perdón por cuanto habíamos hecho mal cada día, en un intento de estar en paz, si no con Dios, al menos conmigo mismo.

La lectura de El Sunset Limited (2006) me devuelve, descontextualizado de la infancia, a un debate que, de puro dilatamiento, pasó de la cómoda indiferencia a la trituradora del juicio crítico y de ahí a una supuesta superación en la que me he establecido de manera inconsciente. La trama de este libro híbrido entre novela y teatro (el original llevó el subtítulo de "Novela en forma dramática") es muy sencilla: un hombre blanco intenta suicidarse en las vías del tren (Sunset Limited) pero un hombre negro lo salva. La acción comienza in media res, los dos están en el apartamento del hombre negro y charlan, entre otras cosas, sobre el suicidio. El hombre blanco es profesor, de una gran cultura y ateo. El negro se ha rehabilitado moralmente gracias a la fe en Dios tras su paso casi definitivo por la cárcel. Éste intenta salvar también moralmente a aquél en una interesante batalla dialéctica desde dos polos irreconciliables: el del malestar que ocasiona una dosis alta de conocimiento y, por otro lado, el de esa muelle felicidad que nos da la fe.

Esta contienda interior, tan del gusto unamuniano, termina con una cierta desolación: el hombre de fe encuentra su limitación, es incapaz de salvar al que no cree. De hecho, el mismo hombre de fe sólo acaba encontrando silencio a sus preguntas sin respuesta y el vacío que deja el hombre blanco al irse del apartamento. No poder retenerlo más tiempo conversando supone el fracaso de todo el edificio de su fe, pues no ha encontrado más argumentos para convencer a su interlocutor que el de algo que ni él mismo sabe explicar. Esta frustración del hombre negro, cuya fe se tambalea en el terreno dialéctico, acaba por hacernos entender que la fe, antes que una convicción plena y auténtica, era una elección. En el fondo, creer implica haberlo elegido previamente. Tomar la decisión de creer porque encontramos mayor recompensa, si no futura, sí al menos presente. 

La ilusión de la fe hace del personaje del hombre negro una mejor persona. Encontró ese asidero en la cárcel y ahora se dedica a ayudar a toxicómanos y a salvar a los que se arrojan al Sunset Limited. El hombre blanco, salvado contra su voluntad, prefirió el conocimiento de una verdad insoportable: "la evolución no puede impedir que la vida inteligente acabe a la larga siendo consciente de una cosa por encima de todas las demás, y esa cosa es la futilidad". Según desde dónde se mire, un exceso de cultura puede ser liberador o una bomba anímica y existencial. 

Como se dice en algún momento del libro, ninguna religión enseña a enfrentarnos a la muerte. Crecemos con –en el mejor de los casos– propuestas de salvación, promesas de una vida futura, imposiciones a veces, subterfugios del aquí y ahora. Al niño que fui le gustaría que le hubieran explicado las cosas sin recurrir al halo misterioso, al miedo de lo que vendrá, a la ocultación, el castigo y la represión. Quizás hubiera encontrado, más allá del extremismo de blanco o negro, vivir o morir, una apuesta sincera por lo primero sin perder de vista lo segundo. 


BLANCO: No. Se lo aseguro. Si la gente viera el mundo como lo que es. Si viera lo que la vida es realmente. Sin sueños y sin ilusiones. Dudo mucho que nadie pudiera aportar una sola razón para no elegir la muerte lo antes posible.

Comentarios

  1. Interesante el asunto del libro. Me recuerda al argumento de la apuesta que expuso Pascal. No solo la fe en Dios es una elección, sino que también lo es la fe atea, que no deja de ser otra fe, solo que más sombría. Un abrazo.

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  2. Hola Jesús,

    al hilo de lo que comentas me acuerdo de algo que leí creo que a Ortega: toda elección abre una oquedad. Hagamos lo que hagamos, elijamos lo que elijamos, nos quedará ese hueco. El problema, se elija una u otra cosa y por los motivos que sean, es ese, que al final es una elección sumamente arbitraria. Ya me gustaría a mí que Jesús me hablara para, cuerdo o no, tener algo. Muchas gracias por el comentario.

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  3. Nos queda la filosofía:"Filosofar es aprender a morir"

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  4. acabo de pescar la película en el cable y me encantó la trama. Y el final induce el suicidio inevitable del ateo, pero queda claro que el ateo también es un hombre libre, y elige conforme a lo que cree.

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