Tener una vida, Daniel Jándula

Tener una vida, Daniel Jándula. Candaya.

«Hija de su tiempo: vacía y, como consecuencia, llena de contenido a la vez. Como un agujero negro.»
Antonio Gornú


Estas palabras de Alberto Olmos me dieron a conocer a Daniel Jándula. El libro me llegó en uno de esos regalos dirigidos que muchas veces son los que más se disfrutan: se apuesta a caballo ganador. 

Las expectativas eran altas y eso puede ser un problema. Kafka sobrevolaba el libro como un ave carroñera a su presa. El propio título era un poderoso imán, una trampa con el queso meticulosamente colocado, quizás no tanto por atrapar nada sino como instalación artística. Pongamos: un hombre entra en una sala y se encuentra con un enorme mecanismo que atrae tanto como repele. Todo el proceso grabado y convertido en literatura. Leer este libro ya es una obra de arte porque uno quiere creer en las señales, en los laberintos y en los agujeros. 

Sin embargo, algo fallaba. La lectura no era precisamente fluida. Había acelerones y frenazos, muchos pasajes reflexivos en los que uno perdía el cabo suelto, fijaciones y distracciones dentro de la mente del narrador que empezaba a parecerse demasiado a una mañana de niebla. La idea es muy potente pero le falta técnica narrativa, me dijo una librera. Resulta que cuando yo tenía el libro encima de mi escritorio, aún sin abrir, una librería de la zona anunció la presencia del malagueño Jándula, afincado en Barcelona, para presentar mi trampa de ratones. Por supuesto, no fui. No por una lírica aprensión, habría quedado muy bien, sino por una prosaica imposibilidad que tiene mucho que ver con el título: si no tuviera vida podría ir, acaso si tuviera otra vida... El hombre que se desovilla a lo largo de las páginas de esta pequeña novela hace que uno repare en algo que olvidó algún día en algún sitio de otra casa, seguramente en el sofá: su propia vida, o mejor: la negación de su vida, pues ha ido descartando tantas que esta le parece una obviedad. 

Qué imagen tan poderosa, piensa uno. El agujero en la pared que se lo traga todo. ¿Pero está desaprovechada? ¿Es incapacidad lectora mía? Hay algo rudimentario, un desajuste de piezas, un tiro desviado. Y con todo, el libro que reposa en la estantería, ya leído, es un imán. Invoca a la física igual que al desastre. Uno querría también pararse y tomar las riendas. Trabajo, familia, amor, casa, todo puede ser y todo puede no ser. Pero uno mismo... anegado de pasado, asfixiado de presente, figurante en su propio acontecer. La ansiedad es el mal del siglo. Pararse a pensar es un premio suficiente. La literatura debe alguna vez recordarnos la necesidad de vivir la vida como si fuera lo único que (no) tenemos.

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