Para una presentación

Un hombre bajo el agua. Anotaciones para presentación

Así que uno, apenas se adentra en ese bosque, no sabe qué ocurrió de verdad y qué fue producto del delirio de la gente. Ahí es donde le he visto posibilidades a este libro. A la línea que trazamos en el agua para separar ficción, realidad, imaginación, recuerdo, verdad y mentira. Cuando en el fondo lo destacable radica en que todo es un relato. Ya está. Una narración que no se puede ponderar únicamente en función de su grado de veracidad. (Página 263).

¿Qué es la verdad? ¿La verdad es el relato que nos construimos sobre la propia verdad y la vida termina así pareciéndose a la idea que nos hacemos de aquello que era la vida? El tema de la verdad, sin duda, está de plena actualidad, por no decir que es el gran tema de nuestros días, quizás el gran tema a secas. En la sociedad de la posverdad, en este mundo del escaparate virtual en que se dirime nuestra existencia, una verdad a gusto del consumidor, presagiada por situacionistas franceses y pensadores posteriores, Débord, Baudrillard, azuzada por el afán globalizador de aquellos que inventan sobre lo que ya existe, en imparable huida hacia delante, siempre para gusto y solaz de un consumidor nativo, que consume sin saberlo, sin conciencia, lumpen que aprende a decir selfie antes de saber qué está queriendo decirse con eso, que toma una filiación o una fobia, que alaba o defenestra, que elige bando, si le ofende una bandera o si una bandera será su causa, que se agarra a un clavo ardiendo, a un eslogan publicitario, a la sonrisa de un joven político o al último discurso revolucionario, masivo, tan cándido como venenoso. Ese consumidor de sí mismo, lector de su propia novela, da igual la que sea, vive agarrado a una promesa, la que sea, porque necesita creer en algo y firmará lo que tenga que firmar para que perdure ese misterio. En la época de los nuevos nacionalismos y los fanatismos de siempre, bajo la amenaza de revuelta que es hoy nuestro propio planeta, por tierra, mar y aire, entre proclamas urbi et orbi que suenan a celestas para unos, para otros a rebato, mientras los personajes de esta historia adquieren tintes heroicos, trágicos, por amor a esa oscura verdad de granito y aire, a esa piedra dudosa o ese hombro hipotético sobre el que edificar nuestra vida. Es en esta época, en fin, donde Un hombre bajo el agua, el libro que nos ocupa hoy, aspira a brillar como un faro en la noche.

Todo es un cuento, todo es literatura. Esta es una idea feliz a la vez que inquietante, pues no toda literatura es buena literatura ni tampoco sabemos qué lugar ocupamos en la novela que somos. Quizás la literatura, la buena, nos ayude a comprender esto, es decir, a comprendernos en esto que nos está ocurriendo y que llamamos nuestra vida. Si todo es una ficción, se nos impone una tarea decisiva: elegir bien el cuento que nos contaremos para vivir. Esta es la tarea del protagonista de Un hombre bajo el agua, un heteredoxo en toda regla, un inconformista por necesidad empeñado en mirar fijamente los engranajes del relato que desde pequeño ha escuchado sobre su propia realidad, como si ésta no le perteneciera. Hasta ahora.

Juan Manuel Gil protagonista –que no hay que confundir con Juan Manuel Gil autor– intenta recomponer el pasado a partir del episodio perturbador que vertebra el libro, una de esas desgracias rurales que quedan sin resolver y que marcan el devenir de un pueblo y sus habitantes. Este episodio del pasado da pie a una trama con trazos detectivescos donde J. M. Gil se descubre como buceador de las emociones humanas. Abre madrigueras, deja señuelos, los cambia de sitio, nos dice que es un juego que parece real, luego que una realidad que parece juego. Todo parece lo que es y algo más. La misma novela no es tal. Son, serían, los apuntes para una novela futura. La novela es el fingido proceso de construcción de la novela que sería, de escribirse.

Un hombre bajo el agua, en esta edición tan cuidada y atenta, es también un homenaje a la poesía, esa que no le cabe al mundo; un canto a la belleza malograda y la historia de una relación de pareja atravesada por, cómo no, la obsesión por la literatura. El protagonista es ególatra, cobarde, megalómano, fatuo, cínico, inmaduro y mezquino. Un niño eterno en perpetuo trabajo de reconstrucción. Es decir, un aspirante a escritor. Y también un personaje en crisis tratando de arreglar su vida con palabras y dándose de bruces consigo mismo. Un hombre que viene del pasado porque siempre ha estado allí.

Nuestro autor-personaje, finalmente, cree haber hallado una verdad que por primera vez lo empuja a ser él mismo, a no interpretarse. Una acción fundacional que reviste cierta heroicidad y cierto sentido del deber, entre el ajuste de cuentas con la memoria y la reconciliación con lo que somos. Cuando la escritura es una conquista, ganamos todos.

Juan Manuel Gil seguiría siendo escritor, ducho y vigoroso, incluso en el caso de no escribir una sola línea. Se le intuye el impulso de contar, incluso a riesgo de ser contado, como al reclamo de un fuego primordial. Ha dado la casualidad de que ese impulso va acompañado por la labor de escritor como podía no haber sido así. Un escritor que corre uno de los peligros más genuinos de la escritura: transmutar la vida en literatura. Exprimir una y que salga la otra. El personaje de este libro se llama Juan Manuel Gil, es almeriense, escritor y también fue becado por la Fundación Antonio Gala tras terminar Hispánicas; como el autor, también escribió un libro sobre su padre. Ambos han ganado «un importante premio de poesía».

Hay en este libro una propuesta juguetona, elusiva, un juego especular que hace de la escritura materia narrativa. Reflexiona sobre la escritura al tiempo que la escribe, estira los personajes, los dobla hasta una confusión con lo que creemos a medias realidad. Juan Manuel Gil, en el terreno de la autoficción, transfigurado en autor-personaje, quiere escribir un relato para dilucidar unos hechos de los que no se sabe qué es real y qué invención. Y todo planteado y expresado con esa sencillez que esconde una lección. No se ve el engranaje pero tranquiliza saber que está ahí sosteniendo el relato y sosteniéndonos a nosotros, lectores en busca de un relato que nos lea a su vez.

Me vais a perdonar que hable desde lo personal, aunque desde qué otro sitio podemos hablar. Desde lo personal, pues, la lectura ciclónica, tempestiva, de Un hombre bajo el agua significó para mí una especie de reconciliación, un volver a arreglarme con la lectura y también con la escritura. La de Juan Manuel Gil contiene a mi modo de ver una impronta sanadora. No es algo taumatúrgico, al contrario, está basado en la pureza y la naturalidad, en lo familiar y lo íntimamente humano. Sanado o con la ilusión de haberlo sido, integré Un hombre bajo el agua en ese espacio de los afectos reservado a los libros amigos. Allí puede ahora dialogar con otro de esos libros que obró de manera similar, me refiero a Mi padre y yo. Un wéstern. Dos autores tan dispares y tan únicos como Umbral y Vila-Matas coincidieron en afirmar que en un libro la trama está al servicio del estilo. Es más, llegan a decir, la trama no es más que una excusa para el estilo. En el estilo de Juan Manuel Gil resuena un léxico familiar felizmente incorporado al oficio literario. Palabras de la tribu que buscan rescatar la memoria a través del lenguaje, usar el lenguaje como asidero para la memoria, definirse en el lenguaje, ser, en última instancia, nada más, nada menos que lenguaje.

Algunas historias nos recorren, nos traban, nos sitúan bajo la evidencia del cielo y sobre la tierra firme. Somos, entonces, todos uno. Un hombre bajo algo, bajo el peso de sus circunstancias, bajo su carga histórica, un hombre confrontado consigo mismo, héroe y villano de su propia obra, creador, intruso, espía, agitador, valeroso y cobarde, un hombre a la luz de sí mismo. Es en esto donde encuentro una profunda significación. Aquí está el estilo, esta es la gravedad, la zanja, la balsa y la morera, aquí radica la fractura, el soplo, el fulgor en la noche.

Agradezco a Juan Manuel Gil esta amistad a lomos de libros y palabras, puede que la amistad más genuina, y también la condición de chamán lírico, tan vitalista, cuya facilidad de aguas transparentes guarda el mensaje más profundamente humano: es tarea nuestra conjurarlo y darle forma, darnos forma con él y gracias a él.

Iban Petit, Juan Manuel Gil y Antonio Mochón. Librería Picasso de Granada.


Comentarios

Entradas populares