Notas sobre La montaña de alma, Gao Xingjian

«La vida es frágil, pero se debate con una fuerza, una obstinación instintiva».

«Ocurre así que un paisaje normal y corriente que no se presta a ninguna atención deja en uno una profunda impresión. De repente hace nacer en mí a menudo una especie de deseo, tengo ganas de entrar en él, de entrar en este paisaje nevado, no ser ya más que una silueta, una silueta que por supuesto no tendría ningún sentido, si yo no estuviera contemplándola por la ventana».

«Todo depende de la idea que uno se haga, si pienso que aquello de allí debe de ser un camino, pues es un camino, un verdadero camino».

La minuciosidad descriptiva, fundamentalmente de los espacios físicos, que acaban registrándose en la memoria sentimental del narrador, ofrecido y ofreciéndose, escindido en dos puntos de vista: primera persona con su panorámica densa y segunda persona con su elegante testimoniarse a través del otro que somos siempre.

Este desdoblamiento o esta multiplicación de lo mismo encaja a la perfección con el sentido de búsqueda que gobierna las reflexiones y notas del libro. Es una búsqueda a la oriental, sin buscar. Una acción sin verdadero hacer, un preeminente y bellísimo acto de atención, fluyente por ríos taoístas en los que el lector se deja mecer y naufragar sin otro objetivo que ir. Estar yendo. Esa búsqueda acaba calando hasta la ropa, uno se desgaja en yoes y túes, se siente búsqueda, inmersión, regresa al primer plano de las cosas que debieran estremecernos una noche remota e indefinible. La noche oscura del cuerpo que también es nuestra alma huidiza y juguetona.

El libro de viaje es también viaje. En él, con él, por él, el lector reescribe, coescribe, una historia que ya estaba. Este ir de la mano, nuevamente este verbo de acción sin acto, esta suma atención nos devuelve una cesta repleta de bosque, de naturaleza, un estado puro donde el yo y el tú han desaparecido para no estorbar con sus ojos. Uno regresa siempre de sí mismo tras la lectura, se da cuenta del viaje que aún tiene por hacer, sin que haya tal recorrido o tal experiencia: el viaje era yo, se dice, el viaje aún soy yo, que no soy nada.

Experiencia estética en plena naturaleza. Rodeado de relucientes azaleas y esbeltos abetos, uno se pierde, se enajena, empequeñece hasta lo efímero y lo efímero lo libera de un sentido. Uno ya es todo, en todo y con todo. Y uno es también el miedo ante la magnitud del propio miedo.

Vuelvo a sentir el canto a la oralidad, la literatura per se, infinita, hojas, letras, trama, todo para dar sostén a la escritura. Sucede cuando uno ya ha sido felizmente embaucado, que no engañado. Seducido por una música cuyo origen no existe más allá de uno mismo. El libro tensa las cuerdas: uno es la cuerda vibrando en el vacío. Leer entonces es desenrollarse , desparramarse, desconocerse, desvanecerse.

Lirismo desaforado, desatado, lirismo elemental, primigenio. Lirismo del mundo al que le han desmondado el mundo. El ser sin el ser. La resta que suma y permanece. El yo es transportado a lo íntimo de la tierra, a lo recóndito mismo, donde estaba. Todo misticismo es un reencuentro y todo reencuentro es una primera vez.

«La pretendida civilización ha establecido una separación entre el impulso sexual y el amor. Ha inventado también los conceptos de matrimonio, dinero, religión, moral y lo que se ha dado en llamar el peso cultural. He aquí una clara muestra de la estupidez de la especie humana».

«Poco importa donde vayas, con la única condición de que el paisaje sea hermoso».

«¿Es usted escritor?»
«Más bien un buscador de hombres salvajes».

«Lo que normalmente llamamos la vida permanece en lo indecible».

Un proceso de indagación en el propio yo que puede terminar disolviéndolo en lo circundante (yo soy otro), en extrañamiento, o puede convertir el yo en una mónada irresoluble, constatar su radical soledad y la imposibilidad de comunicación con nadie más que consigo mismo. ¿Escepticismo? ¿Nominalismo? El verdor de todas las cosas verdes. La belleza de todas las cosas bellas. La tristeza de todas las cosas tristes. Y así.

Búsqueda también del lenguaje, con el lenguaje, a través de él, un lenguaje esencial que comunique (con) la vida en su abrumadora totalidad. El empeño es monumental, como esta atípica novela. Ahondar en la prehistoria del yo, una minería que aúna lo psicológico, lo biográfico y lo filosófico con lo lingüístico. El precipitado es una rara piedra preciosa (lo estético). Lenguaje y pensamiento en juego, desplegados, enredados, trenzados, un espectáculo primordial como el latido de la tierra o un pajarillo izando el vuelo.

Perspectivismo de lo igual, trampantojo de lo superficial, que establece relaciones profundas con el recuerdo. Una amistad lingüística, el lector acaba leyéndose a sí mismo en esta monumental sesión de autoindagación onírica, reflexiva, desdoblada, con que Xingjian nos ofrece deliciosamente un espejo de palabras ya vividas, palabras venideras.

Reflexión sobre el desarraigo, el amor, la sexualidad, la necesidad de pertenencia, los recuerdos, la infancia, un hedonismo y un existencialismo. Historia dentro de la historia. Teatro de las hojas.

El sexo también es autoindagación y autoconciencia. El yo subsumido en el otro. El otro brotando del yo, en un movimiento sinfónico que no rehúye el caos, sino que lo reconstruye en cada una de sus infinitas formas y manifestaciones.

«Siempre he tenido la impresión de ser permanentemente espiado, cosa que ha obstaculizado sin cesar mis movimientos. En realidad, no se trata más que del temor que siento de mí mismo».

«Otro moderno más que trata inútilmente de imitar a Occidente».

Verdadero número artístico, un intento de abolición del lenguaje, del lenguaje de los recuerdos y del lenguaje de la mirada presente, para dar paso a lo que hay y a ese espacio nuevo que se abre. Resituar el yo como una silueta más a la vista de otro observador que es el mismo yo. El observador y lo observado. Krishnamurti. Uno no es distinto de lo que observa.

El proceso de indagación en uno mismo es apasionante y se presenta con un grado cero de escritura, un lirismo metafísico, como los romances metafísicos del último Juan Ramón, etapas de uno mismo, todo resulta deslumbrante.

Una experiencia abrumadora.

La búsqueda de un sentido es una empresa felizmente suicida.

«En realidad, no he comprendido nada, pura y simplemente nada. Así es».


 


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