La mujer de al lado, Yoshiharu Tsuge

Hacer del fracaso una disciplina, un género, una proeza cotidiana. Esa parece ser la máxima. O quizás nada de hacer, pues los personajes, ya hechos, deambulan desapasionados por el paisaje de su pobreza. Más bien mirar. La especificidad de Tsuge es su mirada. El lugar sereno y casi desentendido desde donde nos muestra una realidad acuciante: un trasfondo de violencia acompaña la vida, reducida a distintas formas de opresión en las que la infancia y la mujer salen peor paradas. El resultado es una desorientación que sugiere cierta deriva existencial a contrapelo: Japón se convertía en una potencia pero aquí solo vemos a los marginados, los olvidados. Esa condición de extrarradio, tan universal, conecta con cualquier lector en cualquier época. Curiosamente, la voz, la mirada de Tsuge, alguien a priori abúlico y preterido, se erige como la conciencia de esos olvidados.

Entre negocios malogrados, corrupción de barrio y el rito incesante de la supervivencia, se destila una atracción por la pobreza. Las cosas bellas y pobres producen un sentimiento gratuito, una nostalgia indefinida. Como si la miseria, de alguna forma, agudizara el sentido de percepción de lo bello. «El sentimiento de angustia provocado por la incertidumbre de la existencia». La mujer de al lado puede ser un libro de la crueldad, tamizada con elegancia a través de la mirada entre descarnada y sutil de Tsuge, ya sí, nuestro decadente de referencia.



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