Clima, Jenny Offill

 


Al entrar, tímida y alborotadamente, en las primeras líneas, dispuesto a ser de nuevo, deseándolo, corcho a la deriva, voy preguntándome si es la coherencia de una línea editorial reconocible o si, por el contrario, son las expectativas de lector lo que acaban configurando, en modo cangrejo, mi propia ensoñación de una línea editorial. Me digo que los editores de Libros del Asteroide dan una y otra vez en el clavo, pero antes de terminar la frase ya estoy de nuevo enfrascado, como una lata de conservas con la moral alta, levemente esperanzado hoy, en la lectura estimulante de Offill. “¿A veces desearías volver a tener treinta años?”, pregunta el ingeniero de corazón solitario. Y ya le reconozco a Jenny Offill el mérito de reacomodarme en uno de los paraísos perdidos, el del ambiente literario, esa vaga pero inquebrantable disposición a dejarse transportar donde haga falta. Quizás, pienso otra vez con mi duda metódica y mi cojera sentimental, quizás es mi absoluta predisposición a huir, “en hermoso” diría Cioran, la que atribuye a Offill un reconocimiento vicario. Enmarañado, regreso al hilo de Ariadna. El ingeniero de corazón solitario ha preguntado algo y yo no puedo, no debo, dejar esa pregunta a la intemperie: si no la pienso, no existe. Si nadie me piensa... Seamos solidarios, pues.

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Estampas sueltas. Da la impresión de caótico, pero en absoluto. A lo sumo, caótico como un cielo estrellado. Hay un hilo conductor: una respiración. Mira: la manera en que atiende a lo minúsculo. En que lo vuelve asombroso, sospechoso, pero a la vez cotidiano. Estampas mínimas que me recuerdan a aquel José Antonio Muñoz Rojas, que vivía casi en el aire, o a Clarice Lispector, en su calidad de milagro. Milagros del día a día.

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Recortes de lo cotidiano. Técnica del collage para alumbrar sentidos con un soplo, con casi nada. Esa compleja sencillez es lo que apabulla, lo que me entona reclamando de mí un lirismo modulado, una energía trashumante: un hilo trenza nuestras miradas a través de las cosas.

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«¿Por qué ya no soñamos que volamos?»

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La sucesión de estampas, anécdotas y breves reflexiones genera un efecto entrecortado. Retales desordenados, un todo desmembrado que bien sirve para ilustrar esa ansiedad de época que late como campo de fondo. Como una arritmia. La forma precisamente potenciando el fondo. Nuestra época ha sofisticado el nihilismo hasta convertirlo en souvenir. De ahí ese contrapunto suave, ese descreimiento, el tono de inconformismo o decepción con la lógica de nuestro mundo ansioso, descreído y disperso. El gusto por lo fragmentario quizás procede de la constatación de habitar un mundo desconcertadamente fragmentario.

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Esta fragmentación de alguna forma libera el discurso y lo empaqueta. Nada mejor para crear minifinales de una hilaridad sutil, ambigua y calculada. Lo descontextualizado empuja hacia la risa como una frondosidad imparable. Este tic cómico es también un trozo de vacío. La era del vacío, dijo Lipovetsky. La inestabilidad política, la inseguridad y agitación social, la precariedad existencial, el inminente colapso medioambiental. Son algunas de las preocupaciones que aparecen diseminadas por Clima. El mundo haciéndose añicos, como si nada. Las páginas de este casi-diario se adensan, cobran dimensión de noticiario pasado por un tamiz sentimental que consigue salir airoso de la siempre difícil tarea del yo. Estas páginas, en fin, conjuran desde la risa cínica y amable un milenarismo nuevo, empiezan a babear eso de “desastre, desastre, desastre” y con ello todo nuestro sistema de creencias (mayormente ocio y pseudo-ciencia) queda al descubierto. Casi un rigor mortis. Offill traza el mapa, hace un diagnóstico difícil de encajar. La muerte es tan bonita, diría Lizzy, la bibliotecaria, desde su abigarrado e hipertrofiado sentido del yo. el observador perpetuo, a lo Berkeley, el arte de ser la coartada de todo cuanto existe. Eso es también la literatura. Una coartada del mundo.

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El clima se ha vuelto irrespirable. Ese parece ser el mensaje. Que respiremos no lo refuta, antes bien lo presiente. Respiración entrecortada, un gemido animal, moribundo, sexy.


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