Cuando te envuelvan las llamas, David Sedaris


Quizás más irregular que en Calypso, al menos al principio ⎯a mitad del libro ya está en modo barrena⎯, pero igualmente lleno de momentos de auténtico humor curativo. Curativo es reírnos de nosotros mismos, más si, como Sedaris, aplicamos un barniz de jovial resignación a lo que acostumbra a verse como resignada seriedad. Blanquear las miserias con el pincel guasón, tan marca de la casa y tan, digamos, regalable. Regalarse a Sedaris debería formar parte de esos consejos que nos llegan sobre buscar el zen, la calma, un saludo al sol tempranito, las semillas de chía, irse al monte o tirarse desesperadamente al mindfulness. Solo que en este caso a uno le estaría permitido reírse de sí mismo. 

A David Sedaris se le da bien exprimir lo cotidiano, convertir lo anodino en una fuente inagotable de inspiración. Para ello se vale de una pose sofisticada que no esconde la tosquedad, antes bien la presupone, pues el arte es ingenio y es también desvergüenza. Solo así se explica la devoción que suscita este escritor cuyo magnetismo solo es comparable a su descaro. Si como creo que dijo Spinoza el buen humor es la única señal fiable, constante y medible de la felicidad, hemos de reconocerle a Sedaris, amén sus propiedades analgésicas contra la vulgaridad y la molicie, otras tantas de mayor elevación. Las de echarnos el pestillo y dejarnos gozosamente encerrados dentro del redil ilusorio de la estúpida felicidad.

De la misma manera que uno tiene un médico de cabecera o un mecánico de confianza, así deberíamos llevar en el bolsillo un inventario de humoristas de referencia. Si no lo tienen, háganlo y no duden en reservar un hueco cómodo y amplio para Sedaris: el maniático, el estrafalario, el agudo, el esnob, el exdrogaticto y exalcohólico, el escritor de éxito, el hijo problemático, el homosexual monógamo y el remilgado alegre. Pero sobre todo el cínico: «Al igual que la mayoría de farsantes, me empecino en la sospecha de que todo el mundo es tan insincero como yo». Y disfruten de las carcajadas que les administra este personaje lenguaraz y en parodia constante, su curación por la risa, lo que viene a ser una afirmación del espíritu precisamente negándolo, maltratándolo sin clemencia en el barrizal de unos relatos autobiográficos donde vida y obra resultan piezas felizmente indiscernibles, inclasificables e imprescindibles.

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