El asesino hipocondríaco, Juan Jacinto Muñoz Rengel

Me temo que en esta ocasión voy a poner el contrapunto a los muchos elogios que ha recibido este libro desde que Plaza&Janés lo editara hace unos meses. Juan Jacinto Muñoz Rengel (nombre eneasílabo digno de la realeza) hace tantas cosas relacionadas con la literatura que me imagino que vive de esto. Es decir, estamos ante un libro escrito por un escritor profesional. A mí eso siempre me da cierta envidia al mismo tiempo que me previene contra lo que tal o cual editorial pretendan venderme. El hecho es que yo mismo compré este libro en una librería, animado por un repentino afán de consumir literatura de actualidad. De actualidad y de éxito: El asesino hipocondríaco se colocó en poco tiempo entre la lista de los 30 libros más vendidos en España.
El argumento es, a priori, sugerente: un singular asesino a sueldo debe terminar un trabajo que le han encargado y por el que le han pagado por adelantado. Pero para ello deberá sobreponerse al sinfín de dolencias –reales o imaginarias- con las que su propia naturaleza le irá zancadilleando en los momentos más inoportunos. Buena parte del libro consiste en la rigurosa exposición de estos males o dolencias, entre los que se cuentan la afasia de Wernicke, el síndrome de Moebius o el síndrome de Ondina. Se trata de enfermedades raras que aquejan a un selecto club de malditos entre los que se encuentra Y., el protagonista de esta historia. Junto a él, o antes que él, desfilan un buen número de enfermos ilustres (Kant, Molière, Poe, Proust o Voltaire), sobre los que Rengel nos va dando cuenta como documentación intercalada.
Encuentro en este libro un enciclopédico trabajo de documentación sobre medicina y sobre biografías de ilustres pensadores y escritores. La nomenclatura médica, tan interesante, produce a veces cierto empacho en la lectura y uno no sabe si está leyendo un tratado sobre enfermedades raras. Quizás lo más interesante sean los capítulos dedicados a las tribulaciones de una docena de famosos escritores y pensadores. Se aprenden muchas curiosidades y anécdotas que con suerte podremos sacar a relucir en alguna conversación antes de que caigan en el olvido.
Además, a este libro también hay que reconocerle una buena dosis de inventiva, sobre todo en su inicio. Aunque me cuesta ver lo de desternillante o inquietante, sí es una novela original. Contiene buenos momentos de humor, humor que quiere ser negro, que hacen que uno acabe sintiendo una mezcla de rara ternura y desesperación por el torpe asesino a sueldo. Y. es un tragicómico híbrido entre Dexter, el inspector Gadget y Mortadelo a la argentina. Su tarea de acabar con la vida de Blaisten se ve truncada continuamente en una especie de autosabotaje que nos hace pensar si realmente quiere matarlo o si, por el contrario, prefiere postergarlo indefinidamente para así poder vivir un día más. Entre pistolas, hilos de pescar, agujas y venenos, Y. se siente Sísifo aunque el lector se lo imagine como un patoso doble de Mr. Bean. La figura del doble aparece bosquejada con Blastein, su potencial víctima y segunda mitad de esta extraña pareja. Supongo que esta es la parte humorística que desea explotar el autor. A mi juicio falta ingenio para mantener el ritmo y la peripecia. Hay un gran inicio que poco a poco se ve defraudado y que, avanzada la lectura (p. 172), reflota algo con un giro en la trama que insufla aire a una historia en punto muerto.
Muñoz Rengel se muestra como un escritor efectivo, solvente, con oficio. Una leve trama detectivesca (construida sobre la identidad desconocida de la persona que paga por asesinar a Blaisten) que se hubiera podido despachar en un relato, le sirve para escribir un libro de 216 páginas. Depende de cómo se lea, el libro puede funcionar más como anecdotario de ilustres hipocondríacos que como historia de ficción. Sea como sea, Muñoz Rengel ha creado un personaje original y susceptible de protagonizar más historias como esta en el futuro. Un personaje-compendio de las más insólitas enfermedades que, en su discurso contra la medicina (“la medicina es sólo el arte de entretener al paciente”), sólo está declarando el peso de su soledad para acometer una ardua tarea: la de vivir un día más.


Así comienza el libro:


"No me queda más que un día de vida, después de haber escatimado quince millares a la muerte, sólo me resta uno más. Dos, a lo sumo. Tengo la absoluta certeza de que ni un día más tarde de hoy moriré. Como mucho mañana. Contravendría todas las leyes de la naturaleza que mi cuerpo transido de enfermedades, horadado por todas las afecciones, se sostuviera con vida un día más. Pero no me puedo ir sin antes haber acabado con Eduardo Blaisten. Me pagaron por adelantado, y yo soy un hombre de moral kantiana." 


Reseña publicada en Tendencias21

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