La adoración, Juan Andrés García Román 2.0

“Si yo muero, ¿«esto» puede no haber sucedido?” Esta pregunta atormenta a Expósito, el personaje protagonista de La Adoración que nos invita a emprender un nostálgico viaje hacia un pasado-futuro. Aunque es un viaje solitario, Expósito no lo va a recorrer solo: cuenta con la compañía de sus amigos, los personajes secundarios de esta deslumbrante historia; pero, sobre todo, cuenta con un seguro de vida contra el abandono: sus recuerdos.
La Adoración, (DVD Ediciones, 2011) libro con el que Juan Andrés García Román (Granada, 1979) está obteniendo el reconocimiento unánime de la crítica, viene a refrendar lo que ya apuntaba El fósforo astillado(DVD Ediciones, 2008): que nos encontramos ante una de las voces más originales y con más talento dentro panorama poético español.
Juan Andrés hace buenas las palabras de Chéjov cuando decía ‘si quieres ser universal, habla de tu aldea’. Su aldea no puede ser más reconocible: la pérdida. El viaje alucinado y entrañable que Juan Andrés inventa es en realidad un intento de analizar y asumir su propia identidad a través de tres puertas abiertas: la pérdida del padre, la pérdida de la infancia y la pérdida del amor. Y lo consigue de manera sorprendente gracias a su personalísima capacidad de jugar con la emoción del lenguaje, estirarla hasta que parezca una ilusión: “Se puede deshacer un nudo pero no su alma. […] Puedes cerrar una puerta, pero no pretender que no se abra más; cerrarás el acto de haber abierto la puerta un día determinado, no la puerta. Si una puerta se abre, queda abierta siempre”. Expósito, su alter ego, parece buscar un sentido a la vida después de la pérdida; eso o ‘morir de belleza’, su proyecto asesino. El dicho machadiano de “se canta lo que se pierde” se queda cojo para Expósito, que con los fragmentos del recuerdo aspira a contar, mejorándola, la historia de un amor perdido.“Así se transforma nuestra vivencia en hazaña”, afirma.
En otro momento, se menciona su síndrome de Diógenes sentimental, ese afán de coleccionismo que lo echó a perder todo. Así, Expósito atormentado se culpa continuamente por lo que, por otro lado, considera inevitable: al tener que elegir entre la felicidad y la vida, la vida siempre sale perdiendo. Después descubrimos que la felicidad era mentira, pero ya es tarde. Lo único que nos queda es inventar la ficción del encuentro imposible para curar la ficción de la única vida posible. El mundo se vuelve de este modo nuestra ficción, un pretexto más para hacer poesía: “fuera de lo que te obsesiona, fuera de la infancia y de esa muchacha que yerra por tu herrumbre, ¿sientes algo?” La ventaja del poeta es la de quien establece las reglas del juego y puede crear ‘árboles torcidos para ahorcados indecisos’.
“Yo en cambio me equivoqué olvidando tu presencia, volviéndote a esperar en otros cuerpos, en otras formas. Fui un mercader de tu posibilidad, un experto en lugar de un amante. […] Yo que convertí la vida en una adoración, yo que te tuve –una niña, la niña-, pero en lugar de amarte perseguí la profesionalización de la infancia”. Expósito pide perdón y al menos nosotros lo perdonamos y le damos las gracias por dejarnos entrar y emocionarnos en su bosque de preguntas. ¿De verdad hemos vivido? Cuando desaparezcamos, ¿qué quedará de esto? No lo sabemos, pero mientras tanto háganse un favor y lean La Adoración de Juan Andrés García Román.

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