Un tipo corriente

Nuestra vida es un palimpsesto que vamos emborronando con la historia de nuestra vida. Esta tautología, cuya originalidad se me antoja altamente improbable, se me va ocurriendo en esta tarde grisácea y cruzada por una brisa ligera en donde creo oír el susurro de las multitudes que aparecen en los periódicos. Esta mañana recibí dos llamadas de mi lugar de trabajo para que les confirmara el motivo de mi ausencia, es decir, para que pudieran hacer constar en su jerarquía de mandos que me he acogido a mi derecho de huelga. Parece que mi espíritu se ha imbuido totalmente reclamándome también su derecho a hacer huelga. Mientras termina una película de Darín, trazo el mapa mental de las cosas que tengo que hacer. Darín en Un tipo corriente me recuerda a Woody Allen en cualquier película. Y si pienso en la historia, la de un hombre lleno de dudas, inseguridades y un camino por recorrer hasta sí mismo, con la compañía inesperada de su antagónica y, paradójicamente, su complementaria, la pieza que pone en marcha el funcionamiento vacilante de su mano agarrando un bolígrafo que describe la silueta de esa misma mano; si pienso en eso, digo, también me acuerdo de la pluma en el aire de Forest Gump. Angie Cepeda es el ideal de los desamparados, la Shirley MacLaine de este Jack Lemmon argentino que me ha llevado de la mano hasta la penumbra en esta tarde atípica. Por la ventana veo pasar a un hombre fumando. Un tipo corriente, sin duda. Yo no sé cuál será la novela de mi vida ni si me gustaría que existiese tal cosa. Yo, Ricardo Darín, he escrito estas líneas que hablan de mi infancia.

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