Retrovisor, Martín López-Vega

Tuve noticia de Martín López-Vega por su espacio Rima interna en El Cultural, una interesante bitácora semanal a la que, además de agradecerle los hallazgos, rescates y reconocimientos, hay que achacarle alguna polémica de esas que, según se mire, avivan o afean el panorama poético. Recuerdo, por ejemplo, aquella que suscitaron unas palabras sobre Árboles con tronco pintado de blanco, el libro de Juan Antonio Bernier. Con la perspectiva que da el paso del tiempo, quizás tanto los libros como las reacciones que provocan se puedan entender mejor. 

Vi a Martín López-Vega en aquel reportaje de El País titulado "Poetas de aquí y ahora", más conocido quizás por las fotografías en las que los poetas, perfectamente ataviados y complementados, también ejercían de modelos para varias firmas de ropa.

Leí sus traducciones de poetas como Jorge de Sena, Charles Simic o Lêdo Ivo para Pre-textos o DVD; traducciones que valoré como el fruto de un ejercicio de lectura y de creación lleno de sensibilidad y oficio. 

Por fin, hace algún tiempo descubrí la publicación de Retrovisor, el último libro de poemas de este autor que se me ha presentado como crítico, polemista, antólogo, traductor y, finalmente, poeta. La publicación en Papeles mínimos, una editorial con un cuidado exquisito por la edición, era la ocasión perfecta para acercarme al poeta.

Tras buscarlo sin éxito en librerías, tanto físicas como virtuales, llegué a la página web de Papeles mínimos y me llevé la grata sorpresa de una labor de edición muy selecta que compensaba la dificultad para encontrar los ejemplares. El descubrimiento de esta editorial avivó en mí el deseo de tener ya el libro de aquel autor que parecía estar buscándome desde hace tiempo. 

Así que hice el pedido a la misma editorial, a la que tengo que agradecer el amable trato que me dispensaron a , anónimo cliente que solicitaba sólo un ejemplar. A los pocos días recibí el libro acompañado de un dúplex y una postal como cortesía de la editorial. Quiero, además, hacer constar que me indicaron que hiciera el pago a la entrega del libro, lo cual me parece una temeridad para ellos y un gesto de confianza para el cliente. 


Retrovisor recoge los poemas escogidos por el propio poeta en un periodo que va desde 1992 a 2012. Éstos se presentan en el libro como un conjunto con ordenación propia, fruto de la "búsqueda de coherencia y azar", lo que produce la impresión de que estamos leyendo un libro unitario, sin cortes temporales entre poema y poema. Sólo al final del libro conocemos la procedencia de cada uno de esos poemas rescatados.

En esta experiencia liminar de su poesía, para mí ciertamente inaugural, descubro una voz inteligente, atenta al detalle y en busca del hallazgo, una poesía honda, reflexiva y sin estridencias, sin sujeciones formales pero que sabe medir perfectamente los tiempos del poema. Los de López-Vega son textos sin métrica pero bien medidos, con tendencia a veces a esa mínima expresión tan elocuente y tan difícil:



ESPEJO 
En las macetas de la terraza,
abandonadas entre ramas secas
han crecido las ortigas.
                                 Las cuidaré.

El sujeto lírico bucea en su paisaje interior con la distancia debida, apelando a la memoria, pero sin resignarse a ella, o no mucho. Tiene Martín López-Vega la habilidad de despertar en el lector una resonancia justa, clara y directa; su poesía sirve entonces para auscultarnos, es una vía secundaria de encararnos y hacernos hablar, no por alcanzar una respuesta, sino por hacer la pregunta en que consiste el poema. Las relaciones con el otro, con los otros, y la relación con el otro que somos nosotros mismos son dos aristas de una misma problemática de la que sólo suele llegarnos un vano malestar. 
El poema sería ese espacio, a veces intratable, que va de lo que hemos sido a lo que somos y de ahí salta a lo que nos gustaría ser para regresar de nuevo a lo que realmente seremos. 

Retrovisor ofrece unos versos que avanzan con sencillez, a través de la memoria y del lenguaje, hilvanando los tiempos de una historia particular. Nosotros, receptores, actualizamos, revivimos, nos apropiamos de la página escrita, haciendo así fluir algo en lo que nos vemos envueltos. Quizás a Martín López-Vega le venga de Machado, de quien se dice lector incansable, esa capacidad de envolver o involucrar a otro lector, nosotros en este caso. Y creo que ese diálogo interior al que asistimos y al que nos sentimos invitados –convirtiéndose en un nuevo diálogo, un nuevo círculo en el tronco de la poesía– es uno de los mayores logros de estos poemas sin fisuras.

En uno de los textos que forman esta selección ("Le métier du poète", p.28) dice: El poeta es una antigua telefonista / que con sus cables conecta / lo visible y lo invisible. Esta facultad debe de acompañar a aquella otra, recordando a Dickinson, de extraer significados sorprendentes de las cosas cotidianas. El resultado es una voz intemporal pero bien sujeta a su y nuestro tiempo; unos tesoros que, para serlo, necesitan guardarse, estar en cierto modo ocultos, como si en la dificultad para encontrarlos se cifrara el estímulo de su búsqueda y la recompensa del encuentro. 




CAFÉ LUXEMBOURG

El parque ha agotado ya las escasas
monedas que dejó el otoño. Pronto
la hojarasca será sólo un recuerdo,
el día un breve descanso
entre una noche y otra noche.
Ya se han desvanecido la ebriedad de palabras
con que recibimos la tarde,
aquí mismo, con un café
y el recuerdo de otras ciudades.
Tan sólo queda la melancolía.

Un hombre barre las hojas.
Como el de nuestras vidas,
su oficio es un vano intento
de borrar el pasado; 
el resultado, sólo
haber facilitado el camino al invierno.


FUNDADORES, 4

La primera casa en la que viví solo
era un bajo cuya puerta era contigua
a la del cuarto donde guardaban
los cubos de basura.

Las cucarachas me espiaban 
mientras leía a Jünger.
Por las noches oía las peleas
en la discoteca vecina.
Escuchaba música a oscuras
y al llegar la primavera
iba a leer al parque de la Fuente del Berro.
Subrayaba en Góngora:
Si ayudo yo a mi daño con mi remo...
El hijo de mis caseros venía a veces
a hablarme de Dios y del Desempleo.

Al principio ella venía a menudo.
Pero verla marchar era como ser absorbido
víscera a víscera por un triturador gigante.
En aquella época sólo sabía querer de una forma
y no tengo muy claro que los años
me hayan vuelto mucho más posmoderno.

Junto al sillón se amontonaban los periódicos
como días con noticias pasadas de fecha. Luego
la cosa mejoró, sin dejar de ser algo vulgar.

Era como un árbol mal trasplantado
y disfrutaba quejándome. Creía
que la queja es la publicidad
que hará que la felicidad venga corriendo hacia ti.

Dormía en un altillo. Una noche
no quisiste dormir conmigo:
te acomodaste en el sofá
y me hablaste de él.
Podría haberme entristecido,
pero ya sólo eras una voz que hablaba desde lejos.


LAS ISLAS PERDIDAS

Entrevistas entre la niebla, las ignoramos.
La mayoría; porque hubo otras también
que avistamos claramente en días soleados,
llegó hasta nosotros el olor de sus frutos,
oímos los cantos y las danzas en la orilla de sus playas.

Y, sin embargo, pasamos de largo.

Pensamos que era mejor el destino que nos aguardaba,
que no valía la pena demorar la llegada
en aquellos oasis imprevistos.

Y hoy son el símbolo de algo aquellas islas
que ignoramos deliberadamente,
las canciones llenas de dulzura
a las que cerramos los oídos,
los labios que rechazamos.

Pues no alcanzamos nunca aquel destino último
que era la cifra del viaje y del camino,
aquel por el que merecía la pena decir no por aguardar
un  más intenso que no llegó nunca.

Y ahora pensamos que tal vez hayamos dejado
pasar la vida por buscar la vida.
Y ahora pensamos que tal vez
no haya más islas que aquellas a las que ya
no podremos nunca regresar.

Islas de paz. Islas que nos aguardaban
y que partieron, sin decir a dónde,
en busca de sus propias islas
azules al sur de los días.




Retrovisor, Martín López-Vega. Papeles mínimos, 2013.


Comentarios

  1. Muchas gracias Antonio por tus comentarios!! Y muy felices de hayas disfrutado con la lectura. Un abrazo
    imanol

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