El lugar de la poesía: algunas palabras de Eduardo Moga

La ya célebre encuesta de Quimera sobre los mejores libros de poesía de los últimos treinta y cinco años suscitó múltiples y variadas reacciones, de hecho aún sigue suscitándolas en lo que tal vez sea –discúlpenme la metáfora– una saludable pulsación para diagnosticar la vitalidad del paciente. En esta línea se mueve Eduardo Moga, último eslabón a sumar en la cadena. Destaca, además, que este discreto terremoto en nuestras letras tenga su epicentro en una revista que había cambiado su legendaria gloria por una, parece, mediocridad elemental. Por último, Eduardo Moga hace con sus palabras otro ejercicio de sinceridad que, saludable o no, le ha debido dejar con un prurito de felicidad o algo similar:

yo siempre he pensado [...] que en Hispanoamérica –por poner el lugar del mundo donde más presente debería estar, después de España– se desconoce nuestra poesía porque ¿quién iba a tener interés en conocerla, habiendo leído a Luis García Montero, a David [sic] Rodríguez Moya, a José Luis García Martín? ¿Quién iba a dejarse influir por esta lírica de parvulario, por esta insipidez de música y pensamiento, por esta pequeñez camuflada de oficio, por esta mediocridad helada? ¿Quién puede percibir el legado de Antonio Machado, de Lorca, de Juan Ramón Jiménez, de Cernuda, en estas voces livianamente socialdemócratas, charlatanas en su austeridad, cadavéricas? ¿Mis amigos mexicanos, venezolanos, dominicanos, se asombran de que estas nimiedades hayan conquistado al público español. Ellos mantienen una relación polémica con el lenguaje y, por lo tanto, con la realidad. Los acomodados, en cambio, se sienten a gusto con todo. Acaso eso sea mejor para ellos, pero es, desde luego, mucho peor para el hecho vivo, ardiente, incomprensible, de la poesía.

Habría que entender estas palabras al calor de alguna que otra polémica con repercusión en la red –entiéndaseme, la muy diminuta parcela de la red en la que campa nuestra poesía. Me refiero a la concesión de varios premios –con su correspondiente publicación y dotación económica– en condiciones muy sospechosas a algunos autores con, en palabras de Moga, "lírica de parvulario".

Recuerdo que cuando leí el listado de libros que proponían los encuestados me llamó la atención la ausencia de determinada lírica, o para ser más exactos su escasa presencia. Crecí en la poesía con la sensación de estar rodeado, como si de un western se tratara, de un raro ambiente de hostilidad fruto de las etiquetas, los deslindes, las adhesiones y las camaraderías. Por suerte, las cosas han cambiado, todo se ha ido recolocando por propia inercia y ahora uno puede sentirse en el ostracismo quizás, como manda el género, pero ya no es un desplazado, un extraño, un refugiado de la misma poesía. Ahora el refugio vuelve a ser un motivo poético sin más. 

Quizás, considerando que difícilmente aportamos un 10% de hablantes a nuestra lengua, haya que entender las palabras de Eduardo Moga como la constatación de una importante conquista: la de la libertad en el país de la insignificancia.

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