El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince II

Ya somos el olvido que seremos. Cuenta Héctor Abad Faciolince que el día que un sicario del Estado le vació a su padre un cartucho de seis balas repartidas entre pecho, cuello y cara, el doctor Abad llevaba un papel en su bolsillo con este verso escrito a mano. Con él comienza el soneto 'Epitafio' de Borges. 

Medellín, Colombia entera, eran una temible y calculada balacera, un polvorín selectivo auspiciado por quienes desde el poder velaban por defender el imperio de la injusticia, la explotación y la barbarie. En este clima de auténtico fascismo, el activismo social del doctor Héctor Abad Gómez y su denuncia continua en prensa y foros públicos de la desigualdad de clases suponía una oposición intolerable, la 'amenaza comunista', blanco perfecto para la violencia totalitarista y descarnada de los paramilitares.

El hijo homónimo, único varón junto a cinco hermanas, también amenazado de muerte, igual que el padre responde con el arma más poderosa, la única que, aunque no definitiva, puede ser un remedio contra el olvido: la palabra. A la palabra fía toda posibilidad de venganza, de perdón, de recuerdo y de homenaje. A su capacidad de encontrar resonancias en unos pocos corazones amigos que, en sus propias palabras, mantengan viva la memoria y la vida de un padre ejemplar. Así sea.

Además de la figura pública del doctor, profesor, periodista, escritor y activista social, gusta especialmente la historia personal del excepcional ser humano que fue Héctor Abad Gómez, padre generoso y entusiasta, amante de la vida que supo contagiar su humanismo incondicional a quienes lo rodearon. El olvido que seremos se añade a una larga lista de libros sobre las relaciones paterno-filiales. Desde la atormentada Carta al padre de Kafka al reciente García de Pablo García Casado, pasando por Infancia de Coetzee, el genial híbrido titulado Mi padre y yo. Un western de Juan Manuel Gil o El balcón en invierno de Luis Landero. Sirva como ejemplo este fragmento que el propio Héctor Abad hijo transcribe de una carta que su padre le envió estando aquél en Italia.


En una carta que me escribió en el año 75, y que publicó como epílogo de su segundo libro (Cartas desde Asia), decía lo siguiente: «Para mí, paulatinamente, se me va haciendo cada vez más evidente que lo que más admiro es la belleza. No hay tal que yo sea un científico, como lo he pretendido –sin lograrlo– toda la vida. Ni un político, como me hubiera gustado. Es posible que de habérmelo propuesto hubiera podido llegar a ser un escritor. Pero ya tú empiezas a entender y a sentir todo el esfuerzo, el trabajo, la angustia, el aislamiento, la soledad y el intenso dolor que la vida le exige a quien escoge este difícil camino de crear belleza. Estoy seguro de que me aceptarás la invitación de que veamos juntos esta tarde Muerte en Venecia, de Visconti. La primera vez que la vi sólo me impresionó la forma. La última vez entendí su esencia, su fondo. Lo comentaremos esta noche.»













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