Ben Clark

Un premio Loewe recitando en Ubú da solera. Ubú también le da solera al premio Loewe. Todos allí, sentados o de pie sobre el suelo a tres escalones por encima del nivel de la calle Buensuceso, somos esa solera sobre la que descansa, por ejemplo, la poesía. Los hay con suerte, los que han encontrado asiento. Los rezagados nos quedamos de pie. Pero entre los rezagados hay también niveles, jerarquía. Unos, de pie, oyen y miran. Otros, como yo, solo oímos. No es que caigamos en la ceguera blanca, sólo que nos conformamos con escuchar al poeta. A través de una estantería con libros por cuyos cristales, si aquel se tuerce distraídamente a un lado, acertamos a verlo de soslayo, el premio Loewe, como decía mi abuela, a sentirlo.

Así que oí la voz del poeta sin verle la cara. Hice como dice Chantal Maillard sobre los pájaros y la filosofía. Bebí agua, levanté el mentón y la dejé caer incorporándola en mí. Pero había ruido de motos y coches entrando por la puerta abierta. Gente que pasaba por la calle. El mundo continuaba, indiferente a nuestra solera. Se dijo allí que aquellos poemas eran cápsulas del tiempo. Que el poeta, una vez publicados, rehusaba revisarlos para posteriores reediciones porque esa acción constituiría una auto-traición en el tiempo. Así que eran poemas que contenían información valiosa sobre la mano que los escribió y la época en que fueron concebidos.

Ben Clark es de padres británicos, nacido en Ibiza y ganador de diversos premios de relumbrón. Ha pasado por la Fundación Antonio Gala, la OT de la poesía, como el otro día oí decir a alguien. Colaborador en prensa, traductor y libre, de momento, del pecado de la paternidad. La paternidad y los hijos es un tema que aparece en su libro La policía celeste. Existe, en efecto, un antes y un después para quien respeta esa ley de vida. Quien esquiva el trance cae quizás en otro trance más barroco: el abismo que supone no haber caído en el abismo. La transgresión del ADN. Después de todo, caer en el abismo es lo más normal, te da una coartada para, digamos, sobrellevar el fracaso, una excusa que ante cualquier eventualidad uno puede usar sin despeinarse: «es que soy padre».

Como no puedo fijarme en el poeta, observo lo circundante. Varios asistentes, una sentada, el otro de pie, desenfundan sendas libretas de bolsillo y anotan algo dictado por la súbita, preciada inspiración. Esto demuestra que a los actos poéticos acuden poetas invitados por poetas para hablar de su poesía a otros poetas. Van alternando los roles pero la fiesta es la misma. Compruebo que entre todos los asistentes suman bastantes libros de poesía publicados. Creo que empataban Visor y Pre-Textos.

Observo –metafóricamente– camaradería entre presentado y presentador. Repaso a la obra del poeta presentado por el poeta presentador, retrospectiva de sus libros —son muchos— con análisis ocurrente y certero. Respuestas entre bromas y alguna alusión al tiempo, a la ausencia de hijos y al padre, de nuevo esa veta que provee de energía lírica al mundo. Quién no ha caído en el pozo del poema al padre. Quién está a salvo de esa lombriz trepándole por alguna vértebra que lleva a un salón adornado con fotos familiares y traumas como un faro de niebla. Habla, además, de obsesión con el endecasílabo y de querer hacer confluir la densidad verbal del inglés al construir este joven metro español. 

Salgo antes de tiempo, últimamente me he especializado en dejar los sitios a medias. Por la calle Puentezuelas hay un reguero de piernas, miradas, escaparates, vidas y destinos que se esquivan, ajenos a la poesía, a la necesidad de nada que tenga que ver remotamente con la poesía. En Ubú han quedado los poetas pensando en cuándo llegará el poema que quieren escribir.


CUANDO LLEGUE EL POEMA
Cuando llegue el poema que te quiero
escribir, cuando acuda vivo y joven
a los ojos primero y a las manos
después, sencillamente,
predicando que nada hubo más fácil
que esperarlo, a pesar
de haberlo hecho en un cuarto sin ventanas
durante muchos años, desde siempre.
Cuando llegue y te lea ese poema,
y el poema envejezca y muera solo
como un santo incorrupto y no sepamos
dónde habita: si en ti, si en mí, si vaga
entre los dos igual que una promesa
que no puede cumplirse, cuando llegue
y exija ser, no sé si voy a estar
preparado. Pensarlo me atormenta
tanto como temer que no vendrá,
o que ya vino y no logré acogerlo;
ahora no podré decirte nunca
lo que sólo el poema, aquel poema
que podría llegar como llegaste
tú, de pronto, llenando de palabras
el espacio vacío, lograría
decirte como quiero yo decirte
y que te digo así mientras espero,
con la urgencia y torpeza con que escriben
todos sus versos los enamorados. 




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