Un oficio indecible

Yo devuelvo los libros que me prestan. Pero de vez en cuando, para mi sorpresa, encuentro en mi estantería caótica algún libro que excepcionalmente ha sobrevivido a esta ética de la amistad y los libros. Es el caso de Para mayor gloria, libro publicado por la editorial Pre-textos en 1997, cinco años antes del fallecimiento de su autor, el canario Manuel Padorno. El nombre de Manuel Padorno aparecía en una lista de autores que mi amigo el poeta me recomendaba leer, habida cuenta de la errática deriva que tomaba mi enésimo intento de reflotar el buque poético, la barca, mejor. Junto a Padorno estaban escritos a mano, en caracteres vivos y esperanzados, Stanescu o Elder. El rumano, oso azulado, profético, que escu(l)pe versos y juega con las estrellas, ya forma parte de mi 2019, incluso del 2018, años se mire por donde se mire de difícil encuadre. Un nombre propio en mi escalera del tiempo, varios peldaños ocupados, ampliados, refundados, por este oso mágico con el don de la mirada de un niño. Un oso y un canario. Sin olvidar la vaca de Mitre, el hipnótico cuervo de Castaneda, la otra vaca sagrada que es el indio escurridizo, el no-gurú ex-líder ex-teosófico, el gato juguetón que es Vila-Matas o el bronco toro de Hemingway travestido en su infancia, los perritos existencialistas de Jason o el zorro de Bascombe, divorciado, próstata y niño muerto. Y el otro oso, el oso hormiguero del Perú, el buen Antonio Cisneros. Un bestiario tan parecido al que habitan nuestros edificios de adosados. 

Manuel Padorno y Josefina Betancor debieron de tener la gracia reservada para unos pocos. La imagen del poeta inmortal en sus paseos por Las canteras, su huella esperando ser borrada por el agua. A su modo, es un poeta andariego, no de secano como Claudio Rodríguez o Miguel D'Ors, –a este me lo imagino en bici por la sierra–, sino un poeta del mar y de la luz. Un poeta, además, igual que Eielson, otro monumento de Perú, con un excedente hacia lo pictórico.

Siento las hormigas de Padorno subirme por el brazo. Como recuerdo el pájaro de Maillard dejando que el agua haga camino a través de sí mismo, inspirador, inspirado, la cabecita elevada hacia el cielo tras picotear imágenes y conceptos. Siento yo mismo un excedente de vida que vuelco hacia un cántaro, hacia la palabra cántaro, letra a letra, trazo a trazo, un proceso en el que letras y trazos pierden algo, quizás se pierden a sí mismas. Entonces la poesía es algo que podríamos llamar revelación. Y la vida, a la zaga, es simple, llana, pura poesía: un oficio indecible. Me preguntan quién es el autor de este poema y respondo: Manuel Padorno, un hombre que vivió bien, en una isla, pintando y escribiendo. 



UN OFICIO INDECIBLE

Sólo estoy preparado para nada.
Es mi oficio. Termino sin saberlo.
Lo sé muy bien. Yo estoy acostumbrado
a trabajar en cosas que parecen
no ser de mi incumbencia, y naturales.
Lo sé muy bien. Experto, sin quererlo
en conducir las olas, encajarlas
con suavidad total, sedosamente
encima de las peñas de la playa.
También otro trabajo, incomprensible
es obligar las nubes a que marchen
en dirección al sur, que sobrevuelen
esta ciudad, que intenten diluirse
encima la colina, hacerse lluvia.
Sólo estoy preparado para cosas
que la gente no ve, ni da importancia.
Estos trabajos, y otros que me guardo
me ocupan todo el día, y me convierten
por su incredulidad, en inservible.
Manejar una nube no es oficio
en parte alguna; nadie lo creería.



Para mayor gloria, Manuel Padorno.
Pre-textos, 1997.


Comentarios

Entradas populares