Plutocracia, Abraham Martínez

Después de veintiún días de navegación transoceánica, en un viaje casi transtemporal, lenta pero directa a su mesiánica labor con la que polemizan tertulianos, Greta Thunberg baja de un catamarán y pone pie en Lisboa rumbo a la Cumbre del clima que, de rebote, se celebra en Madrid. Más ruido que nueces, dicen unos. Más abalorio que sustancia. Todo, podríamos concluir, sigue el curso programado. Nos hemos acostumbrado a que absolutamente cualquier cosa pueda utilizarse como reclamo, como estrategia de mercadotecnia. Lo malo de creer en los sueños es que abren la veda y uno, que no cree en nada, está dispuesto ya a creer en todo. Entretanto, Greta ha devenido icono inesperado y, otra vuelta de tuerca, ha sublimado su combo adolescente (TOC y asperger) en una suerte de liderazgo y de mitomanía pop.


¿La reconquista de la humanidad exige necesariamente cuestionar el progreso, apartarnos de él, volver a una esencia primordial? ¿Puede haber progreso que no implique deshumanización? Estas preguntas van apareciendo como sombras en la niebla durante la lectura de Plutocracia, el cómic con que Abraham Martínez hace un debut solvente y, como veremos, quizás a su pesar, esperanzador. La humanidad, o la poshumanidad, atraviesa su Rubicón, está en vías de redefinirse y camina amenazada de incertidumbre, de mutación, de extinción. Homero Durant, el lacónico protagonista de esta historia, va tirando de un hilo incómodo con el que viene a decirnos que cada acto es político, que nuestras vidas son vidas políticas y que la libertad no es un derecho sino una conquista. Acompañamos a Homero en su búsqueda como se acompaña uno a sí mismo en su propia búsqueda. El lector se reconoce en Homero, se sabe sujeto interpelado bajo el peso de su propia libertad. No está mal como carta de presentación.


Vidas humanas reducidas a mercancía en un escenario narcotizado por el burdo espectáculo de aplausos, cinismo y mediocridad. Renunciar a la libertad por bienestar, por ocio, por placer o por fama. La vida almacenada en superordenadores, recuerdos informatizados, emociones provocadas y controladas remotamente, vidas vicarias, simuladas. Entre Rousseau y Hobbes, Abraham Martínez hace surgir la esperanza en la primera parte para aniquilarla sin contemplaciones en una segunda, quizás más conseguida, más sólida. De menos a más va este libro vigoroso, lúcido, novela gráfica de tesis que rehúye tanto el adorno como las concesiones al patetismo. Plutocracia, novela efectiva, que no efectista, supone un logrado inicio literario que marca el camino y muestra las herramientas: la voladura interior, una explosión en el vacío, la flor abriéndose en el fusil. El retrato monstruoso de una belleza esencial y minimalista: la del ser humano, que ha erigido dioses a su imagen, contumaz y porfiado, entre la mugre y la elevación. 

La trama va ganando consistencia y sale airosa de las zancadillas del lector suspicaz, provisto de lupa, trilla y escoplo, y un pesado bagaje de intertextos y referencias cruzadas, además de su inquina congénita (todo lector es un envidioso a ratos). El arte debe accionar determinados mecanismos, debe confrontar, cuestionar, alumbrar. El arte no puede contentarse con la autocomplacencia. La vida tampoco.

A uno siempre le queda la esperanza de que falte una pieza del puzle que lo niegue, o al menos que permita formar otra imagen. Y a esto lo llama sueño, anhelo o utopía. Un no-lugar idealizado como reacción ante el lugar que de hecho nos define. El hombre es pasión inútil, dijo Sartre. Y resulta que sólo las cosas inútiles merecen la pena y el esfuerzo de vivir. Vale la pena la lectura, la compañía de un cómic que nos recuerde que éramos esto: una hermosa pasión inútil. Una integridad y una moral alientan estas páginas primerizas y, con todo, esperanzadoras. Su compromiso con las circunstancias que en última instancia dibujan las piezas del puzle que somos.

Si todo alimenta a la bestia que es el sistema, si es capaz de deglutirse a sí mismo y salir reforzado, si la utopía es mero alimento, lo engorda, lo pone rollizo y saludable, si cada buena iniciativa está condenada a la perversión de acabar fortaleciendo aquello contra lo que se levanta, ¿qué hacer entonces? Abraham Martínez nos lanza esta interrogante. ¿La respuesta? Lean este cómic no para resolver un cubo de Rubik (error de ombliguistas) sino para añadirle nuevas aristas. Dejemos que nuestra mirada componga el centón de ojos que contemplan un cielo lleno de estrellas, dejemos que el amanecer nos interrumpa sin saber qué mirábamos. Quizás los mitómanos estemos aún desembarcando del sueño del mundo, en el periplo que estas páginas apuntalan con mano limpia y segura, como una cirugía transoceánica, del océano que albergamos al que nos aguarda.




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