Ignatius contra la impostura

Es significativo que comience con un pequeño tratado sobre la vestimenta. Ignatius aplica para sancionar el atuendo de los demás sus dos criterios principales: que se atengan o no a las normas teológicas y geométricas. Además, valora positivamente que la ropa que usa sea barata y cómoda (la suya permite «una locomoción inusitadamente libre»).


En la primera página ya tenemos algo interesante. La dialéctica dentro-fuera. Por fuera, el vestir y la actitud ante el mundo que proyecta. Por dentro, esa vida interior que el vestir, en el caso de Ignatius, debía sugerir.

Esta dialéctica nos lleva a otra, más mollar: la dialéctica yo-otro, el individuo y el mundo. Ignatius parece milimétricamente concienciado para tomar partido por la existencia desde unos parámetros razonables hasta la exacerbación. Y por ahí anda la crítica: lo emocional o lo zalamero, el capricho y la impostura, en resumen, la apariencia se ha comido al ser como Ignatius devora esas patatas fritas que pueblan las comisuras de sus labios, hundidos bajo su bigote «en plieguecitos llenos de reproche». Una primera página que susurra teoría, casi programática al apuntar las guías visibles de todo lo que vendrá después.

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