Cándido, Voltaire

Cándido y Siddharta, el viaje interior del Nini en Delibes, Alejandra Pizarnik o los laberintos existenciales de Pessoa, y también Holden Caulfield y todo el género de la psicosis y el desarraigo, con Alonso Quijano como uno de los más ilustres precursores. Toda la historia de la literatura puede leerse como la recreación de ese complejo vínculo entre el individuo y su mundo

En Voltaire y su Cándido, el más célebre de sus cuentos filosóficos, llama la atención la confrontación con el horror y la mezquindad, con la pasión desmedida que se convierte en perturbadora violencia. Según esta comprensión de la vida como una novela bizantina con fondo filosófico, Pangloss haría las veces de un mesías martirizado hasta el hartazgo y El Dorado sería nuestro edén, la inocencia primordial, la utopía que Jesús, y después el socialismo, reelaboraron como mito vertebrador. 

Tras el muestrario de cuantas atrocidades podamos imaginar (Sierra Leona o la vieja Yugoslavia parecen meras secuelas voltaireanas), el preterido filósofo francés elabora una sencilla disertación sobre la condición humana que, en la infructuosa búsqueda de un solo hombre feliz, parece encontrar el individualismo (al rescate del nihilismo) como único corolario posible.

Filosofía y aventura o la aventura del pensamiento. La vida, bien mirada, es una aventura donde las calamidades, al dictado de un plan maestro, serían los claroscuros de un cuadro estupendo. Conclusión: no se puede prescindir del viaje, la zozobra es necesaria. Casi en clave mística, Pangloss, el más beatífico de nuestros Pepitos Grillos, consuma con su propio acontecer una ética de la bondad y la esperanza (felizmente refutada por Martín, su contrapunto necesario), que incluye el mal como un medio no sólo inevitable sino también necesario en el objetivo de alcanzar la virtud. No cabe redención sin caída, y esto ya justifica la creación del mito búdico o del mismo Cristo, ignorados por un Voltaire desatado.

Pangloss y Martín, nuestra conciencia dual y conflictiva, nos advierten de la conveniencia de tener un objeto de deseo que dé sentido a la vida, que la convierta en búsqueda (tan alejado estaba Voltaire de la filosofía budista que le preexistió). Y, sin embargo, qué prolija y afilada caricatura de la naturaleza humana, en su avidez, su compulsión y su insatisfacción perpetuas, en la crueldad endemoniada y la eterna búsqueda de nada. 


Comentarios

Entradas populares