Apuntes para un diario improbable: El hombrecillo

Desde cuándo esta cosa de querer ser profesionales del excremento.

Parásitos de lo reglamentario. 

A qué esta hipercorrección castradora.

Cómo hemos llegado al gran chapuzón de la mediocridad. 

Por qué nos hemos vuelto unos miserables de la autocomplacencia. 

Miro a ese hombrecillo con rostro avinagrado.

Miro su giba y su cortedad mientras sus dedos nudosos tantean mis miedos.

Mientras pinza con quirúrgica precisión mi nerviosismo.

Mientras defeca amable y rutinariamente sobre lo que un día fue pureza, centro, corazón. 

Lo miro cuando se va y yo sigo rumiándolo. No se va. El terco siempre permanece. 

El hombrecillo avinagrado y rancio y su manera de ensuciar el mundo. 

De sembrar y propagar su mugre moral. 

Ese hombrecillo que es todos los hombres y no es ninguno. 

Mi estatura pide limosna a su lado. 

Empuño el martillo y doy golpes. 

Busco la sima y allí comienzo el canto de las hojas que se asfixian. 

Es entonces cuando me lo digo: no huyas. Estate. Siembra. Permanece. 

Ahora es mi verdad translúcida. 

Ahora soy solo el deseo de la piedra. 

Este es mi corazón. Esta es mi entereza. 

Anudarse al aire. Establecerse en el canto de una herida. 

La confianza nace en la manera en que nos duele.

En cómo, a pesar de que nos duele, sonreímos.



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