A las dos serán las tres, Sergi Pàmies

Parecería que Pàmies no necesita hacer ficción, que su capacidad de narrar la vida y convertirla así en un modo matizado de ficción –esa ficción que consiste en simular que no lo es– le basta y le sobra. Y a nosotros, por supuesto. Dentro del género de la autoficción, Pàmies cultiva con singular solvencia el subgénero de la vida de escritor o la literatura para escritores. Su habilidad, sobresaliente, para hilvanar la memoria colectiva con la sentimental lo convierte, además, en un magnífico cronista de nuestro pasado más inmediato, tanto que aún no termina de percibirse como pasado sino como algo que reservamos en ese cajón donde se custodia todo aquello que no hemos terminado de digerir. Estos elementos –minucia, narración y memoria– producen una emoción sin duda tributaria de la gran belleza, digamos, emocional que impregna estos breves relatos de todo un especialista en la literatura del yo.

Pàmies, autor de nacimiento parisino pero afincado desde temprana edad en Barcelona, no escribe desde las vísceras, más bien desde un equilibrio, con ligera ventaja de la segunda, entre el corazón y la cabeza. La memoria, tanto la sentimental como la colectiva, se construye desde un extrañamiento atenuado que permite ironizar, incluso autoparodiarse, pero siempre con la lucidez que otorga tenerlo todo bajo un aparente control. Esa quizá sea la trampa buena de la escritura. Hacer ver lo que en realidad no existe.

En Pàmies la habilidad y la inteligencia compositiva son de un acabado irreprochable, sobre todo cuando plantea, dentro del propio relato, la clave (o la incógnita) que lleva precisamente a escribir ese relato. La escritura, en esta modalidad tan sucinta como agradecida, sería un conjunto de tanteos encaminados a descifrar precisamente aquello que los motivó. Y aquí está la genialidad, porque no hace falta ser muy perspicaz para vislumbrar cierta nostalgia y cierta intemperie existencial, pues tal como el escritor busca desenredar su propio enigma en el relato, así el lector, el ser humano en general, busca a su vez comprender el propio.

No hay mejor manera de comprometer al prójimo, de una manera radical pero no incómoda, sirviéndose de las herramientas que ofrece la narración, de comprometerlo en la tarea solipsista de sentirse menos solo, mínimamente acompañado, siquiera leído. Pàmies logra con creces esta mengua de incomprensión y de soledad –también en lo que tiene de lúdico– a las que en última instancia aspira toda escritura. Por último, añadiremos que Sergi Pàmies tiene la deferencia de recordarnos en sus libros que siempre va a haber alguien (muchos, de hecho, la mayoría) que escriba mejor que tú.

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