El hijo de Greta Garbo, Francisco Umbral

El hijo de Greta Garbo. Francisco Umbral. 
Austral, 2007.

Puede hablarse de una escritura acumulativa en la que una idea se disemina en todas sus aristas posibles, enriquecida por esa clarividencia para establecer conexiones marca Umbral, puro juego de seducción que encara la escritura con la lógica de la conquista amorosa. Escritura de escenas, poemática, poética, instantánea, ensanchadora del segundo fijado en el recuerdo, imagen crucial que redondea la existencia, un laberinto de único sentido, ida y vuelta del ser al ser. 

Vengo a El hijo de Greta Garbo después de estar en Un ser de lejanías. Y se nota, mucho. ¿Qué trayecto temporal los separa? ¿Veinte años? ¿Treinta? Qué claridad de altar con su rama de olivo en el segundo. A su lado, el primero, el canto a la madre, comente algunos pecados veniales, perdonables, de esos a los que los demás escritores aspiran. Ante la fluidez y la mirada honda, despegada ya de las cosas, yéndose del mundo, escaso de mundo, aquí hay una velocidad malabarista, un enredar con la palabra, un alarde que requiere escudriñar lo escrito con más dedicación que calma. Cuesta ir entrando. Después se corrige. Luego uno entra, se sienta y está avizor al hallazgo, al conejo que salta de la chistera por las palabras verdes del recuerdo, al fulgor inesperado, o esperado, al fulgor que es vivo homenaje a la madre muerta de hemoptisis y de odio pueblerino.

Umbral, que no se llama Umbral, mira la vida como una novela y por eso sus novelas (autobiografías noveladas) llevan tanta vida. Una vida culpable, edípica, de adolescente desarraigado de padre y de mundo, herido de mundo para siempre. Son especialmente interesantes las páginas en las que explica su formación autodidacta, cómo se iba gestando el escritor a partir de una peculiar fascinación por lo gótico y por la lírica, lector omnívoro y a contrapelo, adolescente enamorado de su madre, aunque quizás eso lo supo luego, ya muerta, adolescente solitario, lector por vocación y por necesidad, envuelto, parapetado en el refugio de los libros. En el manierismo aprendió que «lo mejor iba a ser, en la vida, refugiarse en un modo, un estilo, un arte». El escritor es, por encima de todo, un estilo

Como Lazarillo con el ciego, se sabe el momento en que Francesillo entra en la vida («... yo me estaba realizando como conspirador, como rebelde, como brazo ejecutor de la política de mi madre», página 154). Ir entrando en la vida novelada, con ojos de escritor, con una incipiente y segura voluntad de estilo aún formándose pero ya visiblemente decantada: 

«Escritor no es el que reordena el mar a su manera, cosa imposible, sino el que sabe echarse en la corriente del idioma, en las mareas de la lengua, y dejar que le atraviesen en todas direcciones. De ese naufragio debe hacer su cántico». Página 197. 

Panegírico póstumo a la madre muerta, bofetón al papanatismo y la falsa beatería de un ayer ruin y cainita, toda una vileza epocal, tan nuestra, forzoso aprendizaje del mundo y de la madre, que van de la mano, novela de formación, biográfica y literaria, ávida, autodidacta, vocacional, una suma estética que no tenía otra salida que terminar en hermoso libro, un libro que se deja hacer por el lenguaje, se deja atravesar por embestidas corales para encontrar su lírica personal. 

Si Miguel Delibes, mentor de Umbral, eternizó la mujer de rojo, su mujer, sobre un fondo gris, aquí es el joven escritor/poeta quien pinta la mujer de blanco, su madre, sobre un fondo igual de gris, provinciano, estabulario y atrabiliario. El mito positivo en un espacio antimítico, en palabras de Miguel García-Posada. 

La muerte de la madre solo es un cambiar de lugares. Es un nacimiento inverso. Ahora el hijo la lleva dentro. Muerta la madre, se muestra la realidad. Aparece el hijo y su afilada crónica social e histórica, sentimental y literaria. La madre, mítica, símbolo de pureza y blancura, víctima y desafiante, es ahora la vencedora proclamando así el dominio de la literatura, su utilidad social y su capacidad de belleza, temporalidad y eternidad resueltas en caligrafía de la memoria.

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