Intemperie, Jesús Carrasco

Ocurre a veces que se dan cita en un mismo libro lo más infame y lo más sublime. El ser humano aparece entonces retratado en su íntima y contradictoria condición. En eso suele consistir la obra de arte con mayúsculas.

Metáforas y comparaciones afiladísimas dan cuenta de un lenguaje bruñido hasta lo milagroso: el lenguaje que recrea, que vuelve a crear la ira, la rabia, el dolor, el mal en bruto, una pureza poco corriente. Juego de elipsis, la ausencia que rellena: asistimos a los pormenores de una huida sin conocer los motivos que la propician. Magistral el uso del lenguaje para evocar con elegancia descarnada imágenes que adquieren peso y se hacen tangibles en la memoria colectiva que es todo lector. Palabras que invocan realidad, que la crean, que se hacen realidad.


Intemperie es una historia de calamidades que se vuelve perturbadora, un thriller psicológico que fascina tanto como incomoda. Esta breve pero descomunal novela de ficción tiene, asimismo, todas las hechuras de una tragedia. Un fatalismo sordo recorre las páginas de este Funny games rural, impregna las manos, agria el paladar, hechiza al ávido de absoluto, ese lírico incurable del espíritu. Relato universal, como aquel El niño que robó el caballo de Atila de Iván Repila, a su manera secuela de este otro portento narrativo legatario de cierto neo-ruralismo tremendo, atemporal y perfectamente certero: apunta a las entrañas y ahí se queda alojado. De una esencialidad salvaje, de un envilecimiento bíblico. Una barbaridad de libro.

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