Así es como la pierdes, Junot Díaz
Personajes limítrofes descubriendo que son terriblemente humanos
en un escenario más cerca de la tragedia que de la comedia. Desvelándose,
sobreactuándose, como llevados por un fatum
igualador hacia un cielo sonoro y epicúreo. Hay algo innegociable en su
sangre, en la terquedad de sus actos, en su hedonismo vital. Personajes
parapetados tras su inevitabilidad. Entre la rana y el escorpión son
decididamente el escorpión. Antihéroes oscuros y problemáticos, queribles,
movidos, arrebatados por una ciega voluntad, tan instintivamente schopenhauerianos,
tan culturalmente raciales. Componen un friso colorido, impetuoso y cafre,
danzan en la existencia en torno a temas que funcionan como imanes siempre con
una hostilidad de fondo, muy presente: sexo, infidelidad, precariedad,
inmigración, familia. Y un vértigo que no se regatea. Aquí hemos venido a
sufrir pero a pasarlo bien, parecen decir. La diáspora domo en el país de las oportunidades y los sueños, revelado aquí
como una gran cloaca donde el inmigrante es el último eslabón de una cadena de
producción despersonalizada. Infelices pero vivos y, por ello, inexplicablemente
felices.
Hay en este libro mucho Hemingway latente, por ejemplo el genial relato
Invierno recuerda por el uso de la
elipsis al célebre Gato bajo la lluvia.
La profundidad psicológica de la mujer, el retrato hiperrealista del inmigrante,
los lazos invisibles que se crean en la familia, unas veces delicados y
frágiles, otras empecinados e irracionales, cuanto más desestructurada mejor; la
precariedad, en fin, en todas sus formas. También hay algo de novela de
formación a través de los ojos de Yunior, ese entrañable adolescente que ha
tenido que cuidar y ver morir a su hermano enfermo de cáncer y también vérselas
ante un mundo en el que la semiorfandad era el menor de sus problemas.
Agradezco a mi desmemoria haberme
permitido disfrutar por segunda vez de estos relatos, haberme proporcionado la doble
epifanía o el segundo nacimiento a lo mismo, los ojos niños recientes de
creación para calcar una ilusión sin decalage. La desmemoria, tan poca cosa,
nos da la oportunidad de sentirnos por un instante inexplicablemente felices. Puesto
que uno no elige sus olvidos, habrá que pensar que son ellos quienes lo eligen
a uno, como una lotería inversa, la lotería del lotófago, una datura lírica destilándose
al pasar de las hojas.
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