La ociosidad de Dios (William H. Gass)


 «La gente que me rodea intuye de forma instantánea que soy un enemigo (...) porque les robo el alma –lo sé– y juego con ellos; los uso como títeres; los hago desfilar a través de extrañas muchedumbres y pasiones; husmeo en sus raíces»

William H. Gass: En el corazón del corazón del país. La Navaja Suiza.


Un ojo analítico, levemente esquizoide, heredero de la perturbadora meticulosidad con que Poe registra los procesos de la psique y también de esa mueca cínica que nos gana a los puntos: el ambiente pantanoso trasladado a la mente, un gótico sureño cartografiado en las sientes como un tatuaje mental.

En el fondo, se trata del pavor al vacío. Y un gusto por lo tortuoso. Mejor lo deforme que el clon. Mejor el ocio del intelectual que el penoso bregar del autómata. Una ética de vida tan valiosa como la minucia del Walden, aquí presentada en gourmet, en ficción, en artefacto.

Ese momento en que la historia deja de crecer en horizontal y empieza a hacerlo en vertical. Se expande. La trama se vuelve mero circunstante, un accesorio lejano en la nebulosa de la voz que ha usurpado el trono, erigiéndose en nueva trama. La no trama, sugestiva, retadora, recordándonos, demostrándonos que también la voz es ojo.

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