Misantropía dura, Santiago Bará
Una cuestión de mala estrella dignificada / sublimada con cierto toque mesiánico. El misántropo es el nuevo Horacio, es la clarividencia, pero también es la cobardía extrema. Invierte su vida en explicársela y en redimirla del desconsuelo de haber nacido así: huidizo y triste. Los seres tristes son los elegidos, son los artistas del no, los Bartlebies y cia. Tienen a su favor el pretexto de las psicopatías y el perdón de las fobias sociales, desarrollan por una afectada diferenciación la vena cultureta y suelen amar en diferido, observando un platonismo del desencanto, vendido de antemano. El misántropo se excluye voluntariamente ante el prójimo del baile de máscaras y en esta supuesta elección cree hallar su salvoconducto. Salvado. Como castigo al exceso de (auto)conciencia, él mismo se instala en la marginalidad. Pero lo suyo no es el malditismo, sino la frustración, masoca, la soledad, incómoda, un aislamiento adánico: la expulsión de tal o cual paraíso, de la norma, vergel soñado en cuanto objeto de deseo y de insatisfacción a perpetuidad. Masoca al cuadrado, se descubre y se victimiza en un mundo hostil con los solitarios. Un mundo que fuerza la interacción de manera ininterrumpida e inmediata, por vulgar o injustificada que sea. El solitario es sancionado como anomalía o rareza, como excentricidad, y en respuesta se construye una identidad al calor de otros ilustres anómalos como Thoreau o Cioran. El misántropo es en realidad un filántropo miedoso. La etiqueta le ayuda, es su inmunidad, su fe. Un ser agarrotado, incapaz de montarse en la vida y surfearla, aquejado de una parálisis-por-análisis crónica. Autoindulgente, casi sádico y, ahora también, vendible en cuidada edición de Bang. Recordemos las palabras liminares: El autor quisiera dedicar esta obra a todos los famosos que no hacen publicidad. Un verdadero artista del no que nos apunta que novela autobiográfica es pleonasmo. Que uno, también el misántropo, nace y luego se va haciendo, y que si ha dejado de esforzarse ha sido porque así lo ha querido. Esa es la mayor honestidad hacia el mundo y la mayor mentira hacia sí mismo. Pero no hay nada que reprochar: imagínense vivir literalmente todos los segundos de su vida con alguien a quien detestan.
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