Una educación sentimental, José Martínez Ros
Quizás el viaje a lo desconocido sea el tema transversal por excelencia, el tópico absoluto. El primero y mayor de cuantos ritos de paso hemos de afrontar, ese que más fielmente inspira una inconfundible aura de, digamos, infinito: de desconocimiento, de impotencia. Ilustres como Gilgamesh o Aquiles, célebres como Bovary o Alonso Quijano lo supieron, pero también los humildes mortales recibimos en ocasiones la intuición de nuestra insuficiencia, también nosotros abrazamos un temor cuya inabordable naturaleza justifica precisamente la creación poética. La duda es si el otro no será una excusa, una invención del yo en su duelo con la vida. Si construimos al otro como consuelo propio, a la manera de mitologías y religiones, un vicio del que resulta difícil sustraerse.
José Martínez Ros, un romántico de fondo, nos recuerda que el autoconocimiento es en última instancia cosa de otro. Y no es contradicción. Es otro quien nos adentra en la fractura del yo. Gracias a esa íntima fractura, alcanzamos un conocimiento del que se nos quiso ¿sabiamente? preservar. Y aun más. En el rapto uno se descubre otro. Al contacto con la alteridad, el yo ve resquebrajada su máscara, se (des)conoce a sí mismo. El peaje que supone la pérdida (perderse en el otro que terminamos siendo) es compensado con la ganancia, cuando se da, de una profunda y elemental reapropiación. Entre el asombro y la zozobra, descubrimos nuestra eterna condición de náufragos, caemos en la cuneta de nuestra mortalidad. Así se consuma aquel primer rito de paso, el que hemos de atravesar, por primera vez, solos. En lo sucesivo, la existencia quedará bajo una bruma de intemperie en la que, paradójicamente, nos (re)unimos todos, ilustres y humildes. Alegrémonos: la mortalidad solo es el principio de una divinidad pasajera.
El individuo, escindido, recibida ya su primera educación sentimental, conoce la trampa de la otredad, ha comprobado la radical soledad en la que ha caído. Es consciente, en fin, de la imposibilidad de ser otro, de ser en el otro. Platón, que lo expuso en su banquete, dejó la puerta abierta al deux ex machina, a la reconciliación teleológica de la física con la metafísica. José Martínez Ros no llega a tanto, o no se conforma con tan poco. Nos reúne al calor de un fuego ancestral donde todos somos observadores de una nostalgia insoluble, de la enfermedad incurable que propicia, por suerte, la belleza del canto.
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