Gotas negras, Andrés Neuman


Un escritor puede demostrar su inteligencia de distintas maneras. Además de la elaboración de tramas ingeniosas, la creación de personajes complejos o la ejecución de un poema redondo, está esa otra inteligencia que atañe a la teoría de la escritura. Cómo filtramos nuestro bagaje cultural, que amenaza con adueñarse de nosotros, para lograr un texto con raíces fuertes, incluso visibles, pero un texto nuestro.  

Andrés Neuman es un escritor inteligente que sabe ponerse a salvo del tic imitativo y que consigue vencer ese pulso con la tradición a su favor. Una prueba es este libro de haikus que cumple ya los diez años. Un librito en el que priman los silencios sobre las palabras, lo que se sugiere sobre lo que se dice. 

En un reciente libro de relatos, Neuman, a modo de epílogo, incluía un dodecálogo del buen cuentista. La tendencia a la concisión lingüística y conceptual, una tierra fértil para la escritura de Neuman, es en este caso también una señal de su inteligencia como escritor. 


Gotas negras (50 haikus urbanos)

Andrés Neuman
Plurabelle, 2003

La ciudad, el entorno urbano como espacio físico y mental donde un yo perplejo busca su lugar, su identidad. Este escenario pone en juego el clásico contrapunto con lo natural, elemento fuera de su hábitat, quizás demasiado cerca de la tierra, como en un alambre, al borde de algo:

Redonda, quieta
en el raíl del metro
una paloma.

Pero la ciudad es además el lugar del azar, del abandono, la paradoja. Un no-lugar:

Deshilachado
un parasol casual
bajo la lluvia.

Y aparecen esos seres marginados que cohabitan nuestro deambular entre la multitud de los escaparates y la soledad interior:

Me ato la bota
apoyado en un banco.
Mira el mendigo.

El yo ha encontrado ya su espacio y su alteridad. El yo acorralado contra las cuerdas de un cuadrilátero existencial. En este caso, la carrocería de un coche, que funciona como imagen de la burbuja en la que puede llegar a convertirse la vida:

En el cristal
del coche, gotas frágiles.
Nunca entrarán.

A salvo del exterior, quedamos a la intemperie de nuestro interior. Una doble alienación juega a los dados con nosotros. El yo parece un elemento que no acaba de integrarse, una pieza desencajada:

Abrazo inútil
busca la joven hiedra
en el cemento.

Presenta Neuman imágenes cotidianas sin adorno ni artificio, de una sutileza emocionante, imágenes frágiles pero de hondo calado que desbloquean todo hermetismo. Igual que esos cuadros orientales de trazos finos pero poderosos. Como una instantánea descontextualizada que, precisamente por ello, cobra un valor de signo nuevo: el de nuestra existencia:

Abandonado
zapato de tacón.
Mañana fría.

Más imágenes sin épica, en la línea de la tradición baudelairiana. Nuestras vidas, antes los ríos que iban a dar al mar, ahora son las aguas que terminan en las alcantarillas:

Sin horizonte.
En las alcantarillas
termina el agua.

*

No puede el viejo,
con un pie en el umbral,
subir al bus.

*

Desolador:
un neumático rueda
por la avenida.


Hay una inminencia de fondo, una alarma silenciosa. La vida está en peligro pero nos hemos acostumbrado. Un coche, por ejemplo, retrocede hasta su esencia de catástrofe. Ante esta falta de horizonte, el yo siente un impulso de solidaridad y de unidad justamente con aquello de lo que se le ha desligado. El yo quiere volver a una naturaleza y una libertad representada en el perro, en una especie de antropocentrismo de amplias resonancias aleixandrianas:

Un perro flaco
ladrando a mis espaldas.
Marchemos juntos.


Como un fotógrafo, la mirada incisiva de Neuman se fija en elementos hábilmente dispuestos para decir y, aun más, significar:

Cubre un paraguas
en el contenedor
los desperdicios.

Naturalezas muertas de nuestro día a día. La estilización de la vida nieztscheana como perversión: somos objetos circunstanciales de un cuadro de la precariedad

Estampas que recuerdan esos retratos de la vida moderna del americano Hopper:

En la cabina
descolgado, un teléfono
tartamudea.

Una vida moderna compuesta por maniquíes, taxistas, ciclistas urbanos, cafés, escaleras mecánicas... El ser humano convertido en un elemento más de la moderna polis que parece funcionar con o sin él:

Carne y acero,
escaleras mecánicas,
un muslo alzado.



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