Mística abajo, Andrés Neuman

Mística abajo
Andrés Neuman
Acantilado, 2008


Encuentro ya en el título un camino de lectura que propone un cambio de perspectivas entre arriba y abajo, eterno y pasajero. Una mística de lo que nos ata aquí y ahora. No extraña que comience el libro con un poema titulado “Oda a la salud”, una suerte de canto al instante con un existencialismo sin angustia, jubiloso –“unas ganas de ser, en eso creo”–, simplemente atento a su tarea de mirar y comprender lo que somos: un conglomerado de otros yoes que antes nos precedieron y que ahora actualizamos como un espejo de la memoria. Esta inmersión en un yo colectivo, solidario, nos hace sabedores de una fragilidad de fondo, somos vulnerables y eso nos procura belleza y comprensión. Hacer frente a esta fragilidad no es cosa de místicas hacia arriba, sino hacia abajo. La mirada al cielo no es para lanzar plegarias, sino para recordarlo. Nos sabemos viajeros transitorios y nos aferramos mientras pasamos, olvidando la llegada.

Esta otra mística del instante, que no elude la paradoja (“Al pisar tierra firme / me noto más veloz”), se sirve de metáforas sencillas y variadas, como la de la muerte representada por una gotera en el techo que marca un punto de no retorno, un daño inaugural; o la imagen de las olas que reproduce la incesante renovación de la existencia, vida que sucede a la vida; o la clepsidra como símbolo de un tiempo en extinción. El tiempo en mayúscula es motivo de admiración y celebración a partir de los otros muchos tiempos en minúscula que no son sino un fracaso de emulación, como nuestro intento fallido de perdurar.

La mística de abajo no necesita de dioses que desciendan “a dictar partituras”, el paraíso es aquí, en el “cielo literal de cada día”. Hay una fuerza humana –como humana es la invención de todo mito– que perdura y vence así los límites del tiempo. Los pájaros juanramonianos que quedarán cantando, el “coro de aquí”, en palabras de Neuman, formado por los que habitan la casa de la poesía y la iluminan con su canto, “durando en lo fugaz”, y prometen seguir haciéndolo.

(NECESIDAD DEL CANTO)

Izet Sarajlic, poeta

Perdiste a tus hermanos,
tuviste que hermanarte.
En la noche incendiada en Sarajevo
los enterraste a solas esquivando
la puntería alerta del francotirador.
Resistías sin fuego ni cuchillos,
pedías una calle, alguna esquina
para amantes y para fugitivos
donde nunca ocurriese una catástrofe.
Una calle con vista al Mrkovicci,
la montaña de la que te venían
lo mismo golondrinas que granadas.
Pero a mayor altura
–sin heroísmo, por supervivencia–
volaban tus palabras con sus dones.

Leyéndolas me acuerdo
de Adorno y su afilada zancadilla:
¿cómo escribir después del exterminio?
Los muertos por desgracia ya no leen.
Y en cuanto a los que viven,
entender la poesía como un lujo
nos condena a vivir más desalmados
y al arte a cantar culpa. La palabra
no es un gesto apacible de verano.
Igual que una semilla atravesando el hielo
el dolor nos empuja a preguntar.
Bajo las explosiones y la sangre
tú esperabas la hora de escribir
poemas amorosos de posguerra.
Eso también se llama compromiso:
levantar
el verbo de las ruinas
y sembrar de esperanza el camposanto.

Tu traductor recuerda
que vio una enredadera en Sarajevo
henchida de verdor, iluminada,
dispuesta a no rendirse.
La imagino trepando hacia la música
como el tacto creciente de una mano
que prospera en la espalda
de una mujer al sol.
De acuerdo, no muy tarde
avanzará la noche hasta cubrirla,
es cierto que el silencio enfría el verde.
Pero mientras la suerte lo consienta
regresará la luz a la garganta:
un poeta, dijiste, es quien consigue
pese a todo empezar de cero siempre.
Frente al nuevo renglón de la mañana,
de su horizonte franco, Izet Sarajlic,
prometemos dejar la casa abierta
y seguir con el canto.


Tiende este libro puentes entre la poesía y otras disciplinas hermanadas, aunque quizás lejanamente. Kepler, Galileo, Planck o Paracelso aparecen por estos poemas que indagan en la emoción de la ciencia, reivindican la capacidad de entusiasmo que todo saber produce: “Me emociono entendiendo, me emociono”, escribe Neuman. Es el caso de las matemáticas en el poema titulado “La curva corazón” donde se hace referencia a la llamada curva de Koch de geometría fractal:

(LA CURVA CORAZÓN)

Existe en matemáticas
una curva distinta a la que algunos,
los que nunca han dudado de las cosas,
llaman curva de Koch.
Los perplejos en cambio han preferido
denominarla así: copo de nieve.

Se comporta esta curva
multiplicando siempre su tamaño
por cuatro tercios y hacia el interior,
llegando de tan densa al infinito
sin rebasar su área diminuta.

Así mismo, artesana,
te creces muy adentro:
habitándome lenta,
quedándote con todo, sin forzarlo,
este pequeño corazón hermético.


Esta búsqueda de interrelacionar discursos produce hallazgos en poemas como “Rotación de los cuerpos”:


(ROTACIÓN DE LOS CUERPOS)

Rotación de los cuerpos:
describen en la cama
órbitas mientras duermen,
se alternan, se aproximan
respirando por ciclos
en su quietud volante,
buscan agua en los pozos
de una arena posible,
la pisan, dejan huella
cuando mueven los pies.

¿Hacia dónde caminan?
Quizás avanzan juntos
en sueños paralelos
y sus lunas coinciden
y por azar se esquivan
y prosiguen girando
hasta que un cuerpo roza
el contorno del otro.

Y no hay choque ni eclipse
sino luz y regreso
a la tierra sin orden
donde ocurre el milagro.

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