Nada

«Me parecía que de nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad. Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para mirar la vida. Yo tenía un pequeño y ruin papel de espectadora.»

Carmen Laforet nos enseña en Nada que la audacia no es requisito indispensable para construir una buena historia. Andrea, la protagonista, hace poco, sólo escucha y ve. La precipitación final de los acontecimientos no dejan de parecerme un deux ex machina algo ingenuo y desgarbado –la autora tenía 23 años cuando escribió el libro. Sin embargo, la primera parte del libro resulta cautivadora, casi hipnótica, a través de los ojos bisoños y resabiados de Andrea, la que ve pasar, como Ortega en sus magníficos ensayitos de El espectador, como ese hermoso poema de Rafael Juárez que, serenamente, como si nada, parece transmitirnos toda una lección de vida en aquel sencillo verso: «Mirar por mirar el río». Los que, más que hacer, miramos agradecemos la compañía silenciosa. Nos extraña quizás que caminos tan dispares lleven al mismo sitio, pero nos consuela que haya otro parecido, desde su otra atalaya de mirón.



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