Kentucky seco, Chris Offutt

Para Chris Offutt escribir es tan natural como correr para un atleta. Así lo dice él mismo en el epílogo que cierra Kentucky seco, su primer libro publicado en EEUU por Random House (1992) y que recoge nueve relatos ambientados en los Apalaches, lugar donde creció. Escribir sobre las montañas, para ser más exactos, algo que formará parte de su vida para siempre igual que correr para el atleta retirado. 

El año 2019 nos ha traído, de momento, dos libros de Chris Offutt: Mi padre, el pornógrafo (Malas tierras) y Kentucky seco (Sajalín). El autor nació, creció y abandonó un pueblo del que muchos de sus habitantes jamás salían; un pueblo que ya no existe. Algunos hombres y mujeres morían sin saber qué había tras las montañas. No es el caso de Chris Offutt, que en este año 2019 puede recordar aquel consejo literario que decía: si quieres ser universal, habla de tu aldea. Kentucky seco muestra, con un notable talento narrativo, la dureza de la vida en los Apalaches, esas gentes sumidas en la pobreza, en el analfabetismo y en un primitivismo tan célebre aquí en España, tan lúgubre, por nuestras Hurdes, nuestro Puerto Hurraco y nuestros Santos inocentes; ese gen belicoso y bíblico que bebe de las entrañas de la tierra.

La tierra, el bosque, las montañas, cumplen su determinismo sobre las vidas anónimas y desgraciadas, respirando lo justo para no ahogarse, entre la caza, la minería, el contrabando de alcohol y alguna plantación de marihuana. Vidas amoldadas a una precariedad y a un ensañamiento omnipresentes, curtidas en ese estado de alerta permanente que supone la montaña: osos, pumas, coyotes y serpientes operan en estos relatos como sístoles y diástoles de la tierra, que es oscura, indómita y feroz. Un agujero geográfico del que es difícil salir, pues el agujero acaba abriéndose dentro de cada uno, en las manos gastadas y en la memoria de los padres y abuelos tragados por la tierra, olvidadas sus existencias que volverán a repetirse en ese latido ancestral que marca nuestros pasos.

Chris Offutt, escritor de la epopeya de las tierras de Kentucky, encarna la huida, la odisea de alzar el vuelo para vislumbrar, a vista de narrador, una luz y una verdad. Un Macondo particular, los Apalaches, teñido a veces de un suave misticismo emersoniano, un trascendentalismo cercano por momentos al realismo mágico, en los bosques que se configuran como una presencia magnética y misteriosa, fuerza centrípeta que atrae y condena las vidas de unos personajes hoscos, supersticiosos e investidos de una brutalidad adánica. 

Un tremendismo adorna estos relatos de extraña intensidad. Relatos bruñidos y salvajes como hombres sin pulimento, relatos montaraces entre hondonadas y riscos, lugares abandonados por la civilización donde la barbarie era moneda común, donde se mira mal al forastero y se practica esa camaradería varonil de alcohol, tabaco y rifle. La mujer encuentra, por mera supervivencia, su lugar manejando los tiempos, como si fuera ella la que escribiera el relato, el relato de estas tierras malditas; mientras el hombre actúa, personaje ciego y maniatado, ante el fatum, ella acciona resortes, mueve hilos y conoce mejor que nadie las reglas del juego: observar y no ir contra el bosque. Ella, que escribe la historia viviéndola, sabe que hay que respetar las normas no escritas de la tierra, pues comparten ADN, también es parte del bosque, como si no hubiera salido del todo de su vientre, como si el bosque fuera su vientre. Este oscuro magnetismo, esta fatalidad, es lo que permite construir un hogar donde ver crecer los hijos hasta que se larguen para no volver nunca más.

Chris Offutt deja que los personajes vayan apareciendo de manera natural, envueltos en situaciones cotidianas a las que asistimos como a través de una ventana abierta en el tiempo y en el espacio. El lector se adentra en una historia que ya existía antes de él. Los relatos, próximos al gótico sureño y al thriller de terror, relatos imantados con esencialidad y un cruel atavismo, gravitan en torno al mal, la culpa, la venganza o al odio, pero también en torno a la incapacidad de adaptarse y a la necesidad de construirnos una identidad propia. Además, ofrecen una mirada incisiva e inteligente e insinúan una verdad que sólo puede expresarse libre de palabras, una autenticidad que, si es descubierta, desaparece. 

El libro contiene en sus primeras páginas un mapa hecho a mano por el propio autor: «el mapa de este libro es la única guía para llegar a mi hogar, un hogar que ya no existe». Ahora existe transmutado en literatura y la literatura lo inviste de atributos legendarios, míticos, como homenaje a esas tierras que ahora crecen como un bosque de robles gigantes en la mirada del lector, que es al final un lector de miradas, en este caso la de Chris Offutt, siempre precisa, atenta y penetrante.

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