Perder teorías, Vila-Matas

Un escritor acepta la invitación a un simposio internacional sobre la novela que se celebra en Lyon. En el taxi que lo lleva del aeropuerto al hotel reflexiona sobre su costumbre de fingirse otro: un hombre de negocios, por ejemplo, envuelto en asuntos de gran relevancia. Esta vez, sin embargo, decide no fingir, ser él, sin saber que quizás ese sea el mayor acto de fingimiento, por lo que tiene de infrecuente. Para su sorpresa, el taxista, que le parece de todo menos un taxista, le ha recogido el guante en ese número de ilusionismo o de alteración del yo. Ya en el hotel, el escritor no encuentra ninguna señal de que existan tales jornadas ni de que nadie espere su presencia en aquel sitio. Así que, armado de paciencia y confinado en el hotel de una enigmática ciudad, es él quien se dispone a sentarse y esperar. Durante esta espera, mientras revuelve en su memoria, entre servilletas de cafeterías y hojas con el membrete del hotel, surge en su cabeza el esbozo de lo que será, o sería, una teoría de la novela futura o de su novela futura, una introducción a su Dublinesca, incluso una hipotética novela titulada La espera. Este es el planteamiento de Perder teorías, brevísima historia de coincidencias, malentendidos, insinuaciones y sutilezas entreveradas, con la credibilidad de una casa de naipes en la playa y con la fascinación que produce quien convierte la literatura en una fiesta mayor a la que periódicamente –una o dos por año– asiste el lector, otro polizón a la espera.

Comienza el libro con la idea recurrente, casi obsesiva, de verse como otro. De trastocar identidades, manosearlas hasta dejarlas irreconocibles, sin saber, sin querer saberlo, si el resultante tiene algún parecido con el original o si es pura invención. Esta experiencia lúdica del yo, fragmentado en un juego interminable, escalera de Escher o cinta de Moebius caligráfica, habla tanto de la mentira que acaba sin poder decir nada más que la verdad. Lo contrario suele suceder también y no es literatura, o no tanto, no en la misma intensidad, porque la literatura lo contiene todo (como dice Vila-Matas que dice Marguerite Duras) pero no todo está contenido en ella.

¿Y cuál es esa verdad escondida? Quizás sea la siguiente: que cualquier ser humano puede alguna vez, o muchas veces, sentirse, como el protagonista de esta historia, protagonista de la suya propia y, como él, habitante circunstancial y desorientado de un lugar donde, contra todo pronóstico, nadie le espera y donde no sabe qué debe hacer salvo esperar. Él convierte esa inseguridad en una única certeza. Una espera que se ramifica, como un fractal, sin solución de continuidad salvo en sí misma, sin sentido alguno, simplemente por el mero hecho de hacerlo. Esperar no implica una gratificación o un fin; es un estado en sí. 

A vueltas con la categorización genérica, ya sabemos que la literatura de Vila-Matas se resiste como gato panza arriba a cualquier etiqueta. Aquí, se aúnan en mayor o menor medida la novela breve, el ensayo, el diario y la crítica literaria. Un vagabundeo walseriano, como en Xavier de Maistre, sin salir de la habitación que es su cabeza. El estilo le ha ganado la batalla a la trama, uno de los cinco puntos de su teoría de la novela futura. 

En esa lucha entre realidad y ficción, o mejor dicho, en esa confraternización, en esa cópula exacta, biológica y bella, hay un ganador, surge una descendencia que, sin embargo, era anterior a la cópula: la literatura. «La triunfal afirmación de la literatura sobre el mundo», dice Vila-Matas. Es en este sentido en el que los libros del autor barcelonés, además de acontecimiento literario de primer orden, tienen siempre algo de celebración. Una fiesta mayor, de nuevo, con el lector y con la tradición, en la que el escritor hace de maestro de ceremonias, casi en segundo plano, dejando que el espectáculo continúe tras él, como lo hizo antes de él, reducido –engrandecido– a pieza de un engranaje que alude al mito, a los dioses, a la existencia en toda su clamorosa carnalidad. 

Hay en este libro, como en todos los de Vila-Matas (posiblemente, todos sean el mismo), una ética del encuentro y una gratitud hacia el azar que nos empuja en dirección a latitudes desconocidas, aún por conquistar, de nuestro propio ser.

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