Ríos, Martin Michael Driessen


Hay algo en la imagen del alcohólico en contrición lidiando a brazo partido con los elementos fluviales, a golpe de verso shakespeariano. La teatralidad, la vida y la muerte. Y la pequeña conquista que supone el un día más, extraviarse para dejar
se rondar por lo desconocido, cuando lo desconocido o es uno mismo o simplemente ya no existe. Ante esa sospecha, la de la vida hecha f(r)icción, mueca y bambalina, nuestro personaje se sobreactúa de maravilla, se hace poderoso en lo cáustico y lo soez, imparable y cabalmente atractivo. La seducción de lo abiertamente improcedente, esa elegancia, casi psicopatía. Todo el peso de la primera historia recae sobre estos hombros, un atlante solvente para lo que le echen, el personaje autosuficiente, cuyo tufo a destrucción pugna con un cinismo de supervivencia finalmente malogrado.

Genial primer relato de esta serie de ríos donde transcurren las vidas de hombres rudos, ensimismados en su tarea de fundirse con un paisaje donde ellos mismos acaban siendo motivos del río, donde ellos son el río. La minuciosidad descriptiva empuja al lector al fondo del relato como amparado, por fin, por una voz de singular hermosura: la que nace de la verdad. El lenguaje aquí participa de y contiene la verdad de las cosas rescatadas del mundo, nombradas en su exactitud, iluminadas con una luz fundadora. Los ritos de paso en torno al río heraclitano suscitan en nosotros un ímpetu de sosiego que linda con el anhelo. Esa apetencia. Literariamente eufóricos, leemos.

La belleza, la verdad y la tragedia nos van atrapando ya por sumisión en el segundo round, segundo relato con trama de largo aliento bajo el signo del fracaso y la soledad. Julius y Konrad, pareja de distintos, se retiran en el momento justo, en lo simbólico del viaje compartido, llenos de preguntas que son rasguños de identidad, sombras de libertad. La búsqueda es el mito. Nosotros su recreación.

En el último relato de esta mini serie tenemos la revisión del asunto bíblico que tanta celebridad alcanzó aquí con nuestro Puerto Hurraco. Las lindes, decían entonces los Cabanillas. Aquí, en Ríos, la linde es, por supuesto, un río y su cambiante caudal al albur del capricho meteorológico. Otro relato de largo recorrido en el tiempo que embelesa por la descripción certera del conflicto humano con el otro que tenemos al lado, el vecino. Los Chrétien y los Corbé reviven el gen cainita con una perversión singular, propia este libro de sólida estructura narrativa. Las argucias urdidas con la mala baba de la venganza, el odio visceral y endémico, todo se precipita en unos sucesos disparatados hacia el final apoteósico que cierra este último relato de un libro sorprendente.

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