La capacidad de decisión de un hombre
Creo que el paso a lo que llamamos edad adulta o madurez conlleva en algún momento una reflexión de este tipo. Luego, claro, se olvida en los afanes diarios, en la puesta de largo de esa cíclica representación que llamamos vida. Viendo cómo los adultos llevamos esta vida que nos ha tocado, viendo, en tal caso, cómo esta vida aparentemente impuesta ––si no fuera así, ¿de qué nos quejaríamos tanto?–– nos lleva a empujones hacia un matadero espiritual basado en la autocomplacencia de lo superficial y el suicidio moral de cada día; viendo todo esto, y antes de volver a caer en el estado de letargo, habría que pararse a pensar siquiera un instante, de nuevo con Daniel, el Mochuelo, para qué vale la capacidad de decisión de un hombre.
Sin embargo, todo había de dejarlo por el progreso. Él no tenía aún autonomía ni capacidad de decisión. El poder de decisión le llega al hombre cuando ya no le hace falta para nada; cuando ni un solo día puede dejar de guiar un carro o picar piedra si no quiere quedarse sin comer. ¿Para qué valía, entonces, la capacidad de decisión de un hombre, si puede saberse? La vida era el peor tirano conocido. Cuando la vida le agarra a uno, sobra todo poder de decisión. En cambio, él todavía estaba en condiciones de decidir, pero como solamente tenía once años, era su padre quien decidía por él. ¿Por qué, Señor, por qué el mundo se organizaba tan rematadamente mal?
El camino, Miguel Delibes.
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