Con Enrique Andrés Ruiz y Rafael Juárez, en memoria

Pero la noticia trágica ha sido hoy. Ayer no era
más que un chispear enfermedades, una brisa fría cruzando su nombre en nuestras
bocas, esa conversación en la penumbra que mi amigo el poeta me regaló, esos
versos finales que destacó con su enigmática forma de leerse al envés. La
pequeña gran poesía de este hombre silencioso que ha sido Rafael Juárez me ha
acompañado siempre, desde aquel ejemplar de Las
cosas naturales, en La Veleta, verso prestado a Unamuno, hasta su Una conversación en la penumbra, en
Renacimiento, pasando por Pre-textos y aquella colección talismán de Maillot
Amarillo. Qué gran pérdida. Aún recuerdo el paso lento, demorado, paso mudo de
Rafael Juárez subiendo los callejones hasta la Fundación Agua Granada, su boina, la breve pincelada de su bigotito, y esa cuerda y tijera con que me adecentó
unos versos juveniles desde el servicio de publicaciones de la Diputación.
Enrique Andrés, casi premonitorio, anticipadamente
elegíaco, lamentó no haber hecho la llamada que le debía a Rafael porque sabía
que casi era mejor no hacerla. Nuestra conversación entre las mesas del Café
Fútbol ya es historia. Ahora sólo resuenan los versos como latidos pausados de
la tierra, que acaba de acoger un trozo de mi historia literaria y vital, una
tierra que envuelve un misterio con otro. «Mirar, por mirar, el río» ha sido
una lección aprendida con morosidad, un tótem que me esperaba como vaca
sagrada, con ese tacto del papel viejo que con los años despide una carnalidad,
libros cargados del tiempo ya vivido, libros esponja que nos acicalan la mirada
como un corazón, de tan viejo, siempre nuevo.
Después de invitarnos, Enrique Andrés se fue hacia
la parada de taxis y nos quedamos mi amigo el poeta y yo entreverando esa
mezcla de vida y no vida que, según Roberto Juarroz, es la vida. Mi amigo se
llevó dos libros dedicados de Enrique Andrés. Hoy yo hago acopio de los libros que
tengo de Rafael Juárez, algunos por duplicado, y acompaño a ese perro de los
huertos con la punzada tranquila que sentiría hoy en nosotros, con nosotros,
por nosotros, más solos si cabe, en la trastienda del mundo, olisqueando los
rincones y las alcantarillas de esas calles empinadas en un atardecer con
boina, hacia el aljibe, hacia el azul de los cielos.
Antes de escribir cantaba:
escribiré mi canción
en el cuaderno del agua.
En el cuaderno del agua
En el cuaderno del agua
escribiré mi canción
para poder olvidarla.
(Las cosas naturales, La Veleta, 1990.)
(Las cosas naturales, La Veleta, 1990.)
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