Vila-Matas y la picadura

Hace ya dos veranos entré en una Casa del libro de las afueras Madrid, una de esas que forman vecindad con negocios de comida rápida y tiendas de lencería, y me compré un ejemplar de Mac y su contratiempo. Cogí el libro de la sección de novedades, calibré grosor y peso, vi el tipo de letra, leí la mini-reseña de atrás y me lo llevé en una bolsa. No me duró mucho su lectura ni la de los demás libros de Vila-Matas que leí ese verano, a saber: Aire de Dylan, El viaje vertical, Porque ella no lo pidió, La asesina ilustrada y París no se acaba nunca. Este último, por cierto, dio inicio al ciclo de Hemingway, por la conexión de latitudes. No leí, sin embargo, el ejemplar que tengo firmado por el autor de El mal de Montano


Sucedió hace ya al menos un lustro, si no más, en la feria del libro de Madrid. Una muchedumbre se agolpaba con la esperanza de que un escritor de éxito les pusiera unas palabras a su ejemplar. Al fondo de la larga fila estaba Mario Vaquerizo. En la caseta de al lado, la mirada afilada e irónica de Vila-Matas se posó sobre mi ejemplar y perpetuó una tímida caligrafía, de insecto batiéndose en retirada. Apenas intercambiamos unas amables palabras protocolarias, pero sirvieron para constatar lo que yo sospechaba leyendo a Vila-Matas: que todo lo que ocurre a su alrededor es ficción o es susceptible de serlo.

La lectura de Mac y su contratiempo operó en mí como una picadura de insecto. Sentí la hinchazón y el picor durante un tiempo. Para aliviarlo, leí a otros autores, un surtido variopinto que incluía a Hemingway, Richard Ford, John Cheever, Junot Díaz, Charles Bukowski, Manuel Puig o Ana María Matute. Como el picor seguía escociendo, yo mismo quise titularme en la ficción que me había sido inoculada, y quise hacerlo de la forma canónica: convirtiéndome en personaje de ficción, en mi propia ficción. Desde entonces, me he desdoblado en multitudes, altero el punto de vista y el lugar de la enunciación, la primera persona confesional ha dado paso a una segunda persona con cierta mala uva, más gamberra. La tercera persona aguarda paciente para el más que probable rescate. 

Hace unos días en un feliz episodio de eso que algunos, con cierta petulancia y esnobismo, llaman serendipia, cayó en mis manos, casi literalmente, un ejemplar nuevo de Perder teorías. Hace más de un lustro, antes incluso de mi encuentro con Vila-Matas, lo vi en la planta baja de una librería madrileña, quizás otra Casa del libro, esta vez del centro de la ciudad. Debí comprarlo entonces, o debí de comprarlo, pues lo tengo en mi escritorio como una invitación a un juego del que no sé en qué o en quién saldré convertido. Quizás, paradójicamente, extrañamente, en mí.

Comentarios

Entradas populares