Nación vacuna, Fernanda García Lao
En Nación vacuna todo resulta extraño. Uno siente que visita un país extraño, le cuesta reconocer conductas donde lo grotesco es la norma, su zarpa oscura en el gris que es color de fondo arañado por un rojo tirando a matanza. La carne funciona como símbolo, imanta todo el libro: desde la sexualidad hasta la ética. La perversión encarnada, literalmente hecha carne.
Extraña la sintaxis a resuellos, golpes fraseológicos duros y concisos. Decididamente abrupto, casi telegráfico, el estilo crea la atmósfera opresiva. Una asfixia sintáctica prepara el terreno. Rotundo como las cuchilladas de carnicería, el lenguaje, que supura irracionalismo, va modelando el mundo. Extraña también la técnica narrativa con aire cinematográfico. Escenas cortas, primeros planos, evocaciones. Y que el espectador se las componga. Todo buen libro plantea un reto. Esta voluntad de estilo es un pilar de la novelita. Y entre escena y escena, una discontinuidad de abruptas elipsis, una antinarrativa.
El humor negro, otro pilar, va haciendo el rodaje hasta que llega un punto (una página) que está en vena. Desatado. Estilo desaforado. Lo que antes incomodaba ahora es poco. Nos ha metido el vicio, el gusto. Entonces la trama, vigorosa y lúcida, deviene un estilo, un arte de contarse, y Fernanda García Lao, en vena, trepidante orfebre de ritmo y fuerza narrativa. Qué envidia de músculo de escritora. La historia, entonces, con su delirante inventiva, no es más que el soporte para esta prosa a retazos, imparable, descosida, salvaje.
Y, claro, el meollo: el discurso moral y político va alzándose como telón de fondo, como sacudida. Ese gris, ahora sí, tan familiar, lo distópico nuestro, guerra y colonización, relaciones deshumanizadas, engullidas, reducidas al instinto postizo de medrar sea contra quien sea. Todo por la empresa, que trabaja el canibalismo y lo sirve en grageas y blísteres, que prostituye por la patria, que quiere salvar una nación construyendo un relato falso, inventando una identidad inventada. La monumental y obscena construcción de la Historia como un bien de consumo más.
El individuo responde con una hiperbolización, deformándose se reencuentra con su verdad: ya no existe. Nuestro Montag, Jacinto aquí, viene a reincidir en la propuesta de manual: la fundación del nuevo individuo pasa por su extravío y por su inutilidad social, su inadaptación y su mutismo en un progresivo aniquilarse. Barrunta la rebelión so pena de perpetuarse en el miedo. Un miedo que petrifica pero que también espolea. Por aquí la tesis, el meollo político, el mundo feliz. Y luego, la revisión histórica, el patrioterismo de la corruptela, con su mala baba y su abyección.
Nación vacuna es un libro sólido, solvente, tenso hasta el final, originalísimo y provocador de una forma poco común. Una demencia sanísima lo recorre y se siente como un caramelo sin fin. O eso quisiéramos en la página última, la 140. Investiga Fernanda García Lao los límites del absurdo vistiéndolo de posibilidad. Invistiéndolo de largo en esta alucinación colectiva que quizás ya ha pasado. El resultado es esta inmensa alegoría tan feroz en lo lingüístico como rotunda en lo conceptual. Una fiesta literaria en toda regla. La ficción da lecciones de historia, alumbra caminos éticos, nos interpela como sujetos políticos. Su osadía es confiar en nuestra inteligencia. Ahí el reto.
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