'Lago en el cráter', Louise Glück


El panteísmo, en fin, parece otra elección, como el dualismo, como el teísmo o, qué sé yo, la Coca-Cola Zero. Uno se carga de argumentos (sic) con que entrar precisamente en esa guerra, que es otra en apariencia pero la misma en el origen. Entre lo uno y lo diverso sigue estando el sujeto, o por ser más exactos, el subiectus, el sometido a sus propias redes conceptuales, a su propia percepción y a su materialidad. Decían los filósofos presocráticos que el conflicto entre opuestos es la base necesaria de la existencia. Sin contrarios no hay nada. Ahí seguimos más de veinte siglos después. Y en ese animismo que parte la realidad en dos mitades de la naranja platónica, dos territorios donde situar uno y otro pie, deseando que todo fluya, insuflándole aire al movimiento, vida a lo otro, a lo que está más del lado del miedo que del amor y que por eso es siempre más subsidiario del amor que del miedo. Louise Glück abre tajos con la suavidad del dedo que acaricia la conciencia de lo indefinido, que es conjurado únicamente así: con las palabras justas y necesarias.


Lago en el cráter

Entre el bien y el mal hubo una guerra.
Decidimos que el cuerpo fuese el bien.

Eso hizo que el mal fuese la muerte,
que el alma se volviera
completamente en contra de la muerte.

Como un soldado que desea
servir a un gran señor, el alma
desea cerrar filas con el cuerpo.

Se puso en contra de la oscuridad,
en contra de las formas de la muerte
que reconocía.

De dónde viene la voz
que dice: y si la guerra
fuese el mal, que dice

y si fue el cuerpo el que nos hizo esto,
nos hizo tener miedo del amor.


Del libro Averno (2006).
Traducción de Abraham Gragera y Ruth Miguel Franco. Pre-Textos, 2011.

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