¿Por qué hay que leer El niño perdido, de Thomas Wolfe?

1. Porque hace tiempo que no me emociona tanto la belleza de la escritura. 
2. Porque pocos han expresado tan bien en qué consiste el fracaso de la memoria.
3. Porque habla del Tiempo.
4. Porque es un manual de cómo se hace una descripción literaria.
5. Porque de no hacerlo sería imperdonable.


  «Digamos simplemente que era América, que era el Sur. Familiar como los vientos de marzo, como una garganta irritada, como la nariz cuando te pica, como el barco colorado lleno de paja y desolación. O como abril, abril y un enamoramiento salvaje. Digamos que era simplemente todo esto, escueto, desolado, como un bizcocho, adorable, lírico y maravilloso. Digamos simplemente que era difícil de explicar. América, viejos ladrillos con aspecto de bizcocho, un almacén y abril. Y el Sur.»

  «Y ese hombre ahora sabe que él mismo es apenas un átomo sin nombre, un átomo perdido en el vacío, una cifra irrisoria y llena de polvo que gira alrededor de un tiempo incontable, y que todos los sueños, la fortaleza, la pasión y la fe en la juventud han acabado por marchitarse.»


El niño perdido. Thomas Wolfe, Periférica, 2011

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