La nueva taxidermia, Mercedes Cebrián

Aún conserva este libro la errática dedicatoria –no sólo por las faltas de ortografía– del «amigo invisible» que me lo regaló, según reza la propia dedicatoria, hace ya tres años. El páramo cultural que son los centros educativos a veces pone en funcionamiento estos ejercicios de cinismo sin necesidad de camuflarse: se celebra el amigo invisible regalando libros para celebrar que nadie lee. Hay quien confiesa haber regalado un libro de Belén Esteban. Pues bien, yo me las arreglé para que mi amigo invisible tuviera una lista con mis preferencias de aquel año, entre las que se encontraba La nueva taxidermia, de Mercedes Cebrián.

Tres años después, que han caído rodando como una piedra por un acantilado, por fin encontré el momento y la disposición para este libro que ya desde el collage de su cubierta avanza algo de su fisonomía interior. La nueva taxidermia está formada por dos relatos temáticamente independientes pero enlazados estructuralmente. El primero, «Qué inmortal he sido», gira en torno a la disección de un recuerdo concreto y el intento de escenificarlo de nuevo, recreándolo punto por punto, con voluntad fetichista, a lo Pierre Ménard en tres dimensiones. Una reviviscencia material para el laberinto sensorial de nuestra memoria, obsesiva hasta el punto de emprender esta reedición del pasado idealizado con una minuciosidad detectivesca al recomponer la escena del crimen. Mercedes Cebrián plantea un original ejercicio de imaginación contra el paso del tiempo donde el interés se centra en la curiosidad morbosa con que la protagonista indaga y recrea los vericuetos del tiempo en nosotros. 

El segundo relato, «Voz de dar malas noticias», rescata esas situaciones cotidianas, rituales sociales con una conducta comunitaria plenamente estandarizada y fosilizada, en las que quedamos paralizados y amordazados por un cepo psicológico, dejándonos a expensas del otro y su buena voluntad de salvarnos. La exigencia biológica, evolutiva, de participar, de formar parte del contrato social, produce un vértigo difícil de superar en los sujetos aquejados de un estado carencial. La falta y lo incompleto de unos personajes trivializados, caricaturizados, fracasados, se constituye aquí en una especie de minusvalía psicosocial donde el débil, para afrontar ese momento de decirse al otro, recurre a un intermediario poco común: un muñeco. La ventriloquia sirve aquí para mostrar la gran carencia que somos. También su condición irremisible: esta prótesis, en vez de salvarnos, termina aniquilándonos doblemente. El muñeco es un Pigmalión no de un ideal, sino de una carencia; pero la carencia sigue ahí, por eso el muñeco acaba tomando el control y esclavizándonos, en esa moral de rebaño nietzscheana actualizada en nuestros tiempos por la gran capacidad identitaria de internet y las redes sociales. 

La nueva taxidermia propone suficientes elementos novedosos de un modo original, configurando un pequeño universo personal en torno a la palabra de una Mercedes Cebrián, por momentos dispersa e irregular, pero finalmente resolutiva y lúcida. La identidad, la memoria y la carencia son algunos de los ejes vertebradores de este libro que, como los buenos libros, dice más de lo que está escrito.


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