Permafrost, Eva Baltasar

Estaba pensando en la ecuación Holden Caulfield + Alison Bechdel = Eva Baltasar. Pero no. Hay algo que se escapa. Precisamente aquello que resulta definitorio, el rasgo estilístico propio: la ligereza. No una ligereza forzada, o planificada, sino una precisa que cae con gracia y naturalidad incluso al tratar temas como la precariedad laboral o el suicidio, con ese humor negro tan sano como desconcertante. Eva Baltasar domina ciertos rudimentos que le dan de sobra para hacerse un traje a medida y muy bien parado: entre el existencialismo inadaptado de Holden, la hondura literaria de Bechdel y esa liviandad tan entretenida de, digamos, Tsutsui. No son desde luego malos referentes.

Nuestra protagonista nos pone al corriente de su vida familiar en el contexto de un largo periodo de desorientación íntima. Una zona de indefinición laboral, identitaria y emocional donde parece sentirse a gusto. El producto es una novela de formación desinhibida y sorprendente, con el hedonismo como brújula vital y el Eros convertido en oscura fuerza, el basamento más sólido para un mundo líquido y demasiado convencional. Por un lado, Permafrost viene a ensalzar la libertad como santo grial cuyo fin justifica los medios. Por otro, sitúa el amor homosexual como la opción de vida más plena, superior a cualquier otra pues, al igual que en la obra en marcha (action painting) de Pollock, lo que le importa no es el resultado sino el proceso.

Cabe pensar que parte del éxito de este libro le viene gracias a las exuberantes páginas donde el sexo se vuelve tótem. La salvación por el Eros es descrita con minucia, asombro y verdadero arrobamiento, una caída libre, a la manera hipnótica y polémica de La vida de Adèle. La apuesta es clara («El sexo me aleja de la muerte. Aún así, no me acerca a la vida») por Eros, que tiene también aquí en Tanathos su habitual compañero de viaje.

Eva Baltasar resulta, más que convincente, sobresaliente en distintos registros. El tono distendido y cínico no consigue ocultar –ni lo pretende– una inteligencia abrumadora, una honda sensibilidad poética hacia la belleza a menudo manifestándose en el vacío. Esta conjunción Eros/Tanathos, belleza/vacío, queda sobrevolando cada palabra de Permafrost. Y el lector queda entre la sonrisa y la mueca triste, entre el desgarro y las ganas de vivir, impactado por la lectura de este libro donde cabe una vida: visceral y profundamente hermoso. También cabe pensar que el éxito viene de aquí.

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