Cocodrilo Dundee 2, John Cornell 1988

Me imagino a Paul Hogan como tenista retirado que ahora pasea palmito por los mejores trofeos del circuito ATP; o como jugador de golf vistiendo pantalones de pinza, esa especie de gorra-visera y un polo blanco en suave contraste con su piel atezada y las bonitas hebras amarillas que adornan su cabeza. Dan ganas de echarse en un sofá de piel de leopardo y acariciárselas.

Paul Hogan nos reconcilió con nuestro yo primitivo. No el que entraría en una reunión de ejecutivos echando la puerta abajo porque ha olido la placenta de la project manager. No. El que va de humilde y la invita a ver serpientes. Eso no falla.  Nunca. Carpentier inició el camino en Los pasos perdidos y Paul Hogan lo remata a la perfección. La naturaleza es algo que duerme en nuestro interior y, ya sea para buscar un milenario instrumento musical o para invocar un monzón de clichés cinematográficos, ahí tendrá siempre su lugar.


Gilgamesh era feliz. Y lo era porque no conocía el miedo. Pero alguien que no conoce aquello que nos recuerda nuestras limitaciones se vuelve tirano. Así que su oprimido pueblo pide a los dioses ayuda y los dioses le mandan a Enkidu, su alter ego. Enkidu convive pacíficamente en el bosque con los animales hasta el punto de mimetizarse con ellos. Como alguien que no participa con la sociedad es una amenaza para la sociedad –que se lo digan al Salvaje-, Gilgamesh tiene que hacer algo. En vez de la fuerza usa a una mujer. Una mujer civiliza a Enkidu, es decir, lo condena. Paul Hogan parece invertir el proceso. Es él quien desciviliza a una mujer salvándola del desagüe de nuestra maquinaria. Y luego Wikipedia la cataloga como película cómica, si es que.

Poco separa a Paul Hogan de alcanzar el nivel interestelar que sólo detentan héroes como Cristopher Reeve, Steven Seagal, Bruce Lee o Chuck Norris. (Este último no lo merece, pero eso lo hace más grande). Técnicamente Paul Hogan es superior a todos ellos porque no necesita usar la fuerza física. Él se impone valiéndose de las propias debilidades de sus enemigos. Él siembra el terror psicológico. Imita el ruido de murciélagos, crea una sustancia que los atrae e impregna a sus enemigos sin ser visto, hace que vayan desapareciendo uno por uno sin hacer el más mínimo ruido. Y el novamás, sale desde dentro de un cocodrilo. Es la sublimación del hombre en la naturaleza. En este sentido, está más cerca de Norman Bates, pero en positivo. Pero lo cierto es que Paul Hogan, sacado de su ambiente selvático, pierde mucho. Por eso acabó casándose con Linda Kozlowski, su compañera de aventuras, y la jubiló en un rancho australiano.

Porque Paul Hogan es nuestro amigo. Inexpresivo como el mejor Richard Gere (la prueba es que ganó un Globo de oro al mejor actor de comedia). Un hombre incapaz de ningún pensamiento maligno occidental. Un hombre al que tras asistir al funeral de su madre en Australia, el fisco le impidió abandonar su país natal por deudas de más de cien millones de dólares. Los beneficios de su película quintuplicaron los costes y fue nominada a mejor guión en los Oscar de 1987. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que nadie tiene un cuchillo tan grande como el suyo. Nadie.


Comentarios

  1. Interesante y divertidísima crítica. Tus lectores esperamos impacientes la próxima.

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  2. A mí la escena del cuchillo me parece un momento cumbre del cine. Es una frase que no se olvida nunca, A ver cuántos directores/guionistas consiguen lo mismo en sus cutrepelículas.

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